La sociedad o las relaciones sociales, mejor dicho, están en un profundo cambio. Y no precisamente para mejor. El individuo no solo no evoluciona, sino que involuciona en esta época convulsa.
El Covid-19 ha irrumpido en nuestra forma de vida de forma dramática y devastadora.
En Junio creímos que ya lo teníamos bajo control y salimos como los caracoles al sol, con ganas de reunirnos, de reírnos, de compartir las formas y sentimientos que el confinamiento nos había provocado. Salimos, en definitiva, a recuperar nuestra habitual forma de vida, el que iba al gym, pues trató de volver o de hacer deporte al aire libre, el amante de la naturaleza recuperó la posibilidad de estar en ella, las familias separadas volvieron a encontrarse…y a lxs solterxs y a lxs que “nos gusta salir” se nos brindó de nuevo la posibilidad de poder hacerlo, lxs solterxs pudieron conocerse entre ellxs, sin pantallas por en medio, en vivo y en directo y sin el riesgo a una multa, no como durante el confinamiento cuando hacían incursiones sexuales prohibidas con otrx solterx de otra localidad.
Pero…el Covid no deja de ser actualidad, volvemos a confinamientos relativos, la hostelería no termina de “abrir” sus puertas, muchas personas tienen miedo a relacionarse alegremente, ya sea por miedo a la salud o por miedo económico, no todo el mundo es asalariado y ya sabemos que el botoncito de reiniciamos la actividad…no es inmediato.
Vemos tras esta pandemia, y decimos tras, por ver si es real eso de que el lenguaje hace realidad…y a ver si acaba de una vez por todas, que la relación social no es tan estrecha, no es tan frecuente y desde luego…no es tan masiva como lo era antes. Y eso que en días de sol, aquí en el norte, salimos sin demora, pero…siempre con alguna que otra reserva.
Salgo a la calle y veo cómo las personas al cruzarse por la calle se alejan del que se les acerca, en el bar, el cliente sentado en la barra te mira con recelo cuando te aproximas, inevitablemente a él para pedirle al camarero, sin tener que chillar desde los 2 metros establecidos de distancias entre las personas, cuando estamos sin la mascarilla. Vemos con peligro ir a espacios cerrados, los cines, el gimnasio. Desinfectamos la silla y/o mesa que acaba de ser liberada por el anterior usuario y en el gesto, por supuesto necesario, vemos al que acaba de marchar, como a un posible enemigo de nuestra salud, de nuestra integridad física. Y si somos mayores, o gente con patologías complicadas…todos son nuestros enemigos.
Y yo me pregunto, ¿cómo va a cambiar todo esto las relaciones entre las personas? Si ya éramos individualistas… ¿ahora qué seremos? El miedo, la incertidumbre, el no ver la luz al final del túnel, porque ni siquiera parece que hay túnel, el empobrecimiento de la población,…todo esto me aterra, veo crecer o forjarse la agresividad en las personas, todo molesta, por todo “salto” y por otro lado temo el control, la pérdida de las libertades individuales, temo el experimento social, casual o no, al que estamos siendo sometidos, el estado por encima del individuo…y el individuo diluido en él, masa informe dirigida y no siempre con buen criterio, vuelvo a ser optimista.
Y el sexo y la relación emocional, con todo esto, ¿cómo se queda? Pues si ya era corto el camino que recorría una persona con otra…ahora es cada día más corto, el amor ha dado paso al sexo, un sexo donde liberar tensión, un sexo donde no querer sumar responsabilidad, donde no querer sumar futuro, porque éste ya es incierto de por sí, un sexo sin amor, ¿porque para qué darle cabida a otro posible sufrimiento?
Vemos que el amor y el sexo se suman y entremezclan en el individualismo cada día más extremo.