Hoy vamos a hacer un poco de historia y os vamos a dar unas cuantas pinceladas acerca de la vida sexual de los griegos.
El matrimonio y la familia eran muy importantes. Había dos requisitos para que una boda fuera legal. Primero tenía que organizarse el Edna, que consistía en los regalos nupciales (animales, joyas preciosas, ropas,…). El novio daba al padre de la novia como una especie de promesa de matrimonio o contrato nupcial. En caso de separación por parte de la mujer, el Edna se le devolvía al hombre mientras que si la separación la hacía el hombre, el Edna permanecía en la familia de la mujer. Esto iba encaminado a no propiciar las separaciones.
El segundo requisito era la introducción de la mujer en la casa del marido, que tenía lugar después de la fiesta nupcial y del pago del Edna. Normalmente, los prometidos no se habían visto nunca hasta el día que se había formalizado su noviazgo. ¡Vamos, igual, igual que hoy en día! La atracción sexual entre marido y mujer era algo raro ya que las mujeres se acostaban con sus hombres para la procreación de la prole.
La virginidad, como tal, no se requería en las cualidades de una futura novia. A la mujer casada se pedía lealtad, no por cuestiones morales, sino como modo de asegurar la legitimidad de los hijos. Y, sin embargo a los hombres, cuando estaban lejos de casa, de viaje o en guerra, se les permitía infidelidad temporal y no interfería en la armonía familiar.
También existía la costumbre del concubinato; una mujer que no es la esposa legítima, vive con un hombre y tiene una posición reconocida en la familia y hasta podía convivir con la esposa legítima.
En cuanto a la infidelidad, para el marido griego, ésta no existía. En la sociedad griega el hombre era un ser poligámico y como tal se portaba. Sin embargo, el adulterio, en la mujer, suponía el divorcio, ¡qué raro!, lo de la igualdad,… Era expulsada de la casa del marido. El adulterio era el insulto más grave al honor de un hombre. Fijaos hasta qué punto que si el marido cogía a los adúlteros en el acto y mataba al amante de su mujer, no le pasaba nada. ¡Se le perdonaba! Para el adúltero la pena mínima era una multa y la máxima era la introducción de un rábano en el recto. ¡Esperemos que después se pudiese sacar…!
También existía la costumbre del concubinato; una mujer que no es la esposa legítima, vive con un hombre y tiene una posición reconocida en la familia y hasta podía convivir con la esposa legítima.
En cuanto a métodos anticonceptivos practicaban el método ogino (relaciones sexuales en los días no fértiles) y el coitus interruptus. En cuanto al aborto no había ninguna ley que lo prohibiera. De hecho, se practicaban y la mujer tenía que escoger entre un aborto natural con fórmulas mágicas o haciendo trabajo duro o ejercicios físicos para un aborto deliberado.
En cuanto a los hábitos y preferencias sexuales, representados en vasijas y a través de la literatura, se ve de todo: por la vagina, por el ano, felaciones, uso de instrumentos sexuales (y nosotros nos creemos modernos), tríos, orgías,…
Como algo curioso, en esa época de completa supremacía masculina y, por consiguiente, de sumisión de la mujer, la práctica del cunnilingus era algo vulgar.
La posición clásica del misionero y la de la mujer encima no se encuentran en ninguna parte, aunque no quiere decir que no se practicase.
Existía también una ley contra la violación para proteger a mujeres y niños, tanto libres como esclavos. La pena era una multa que el culpable debía de pagar tanto a la víctima como al Estado.