Contábamos ayer que la nueva novela de Paul Auster, Sunset Park, saldrá en noviembre de forma simultánea en inglés, castellano y catalán (por lo que sabemos hasta ahora). Hoy, La Vanguardia publica sendas entrevistas con Auster y con su esposa, la novelista Siri Hustvedt. Dos documentos muy interesantes para los seguidores de la pareja.
Las firma Antonio Lozano desde Brooklyn, y aquí las extractamos, aunque siempre es mejor que consultéis aquí y aquí los originales.
Paul Auster: “Desde hace unos años me cuesta dar con el hilo narrativo”
Antonio LozanoRespiran tranquilos los que temían que el cine secuestrara para siempre el talento del autor de Leviatán para exprimir el toque mágico que le da a la vida su incertidumbre y eterna capacidad de sorpresa. También hay alivio para los que, tras disfrutar de lo que el escritor bautizó como su Trilogía de los Hombres Machacados (léase El libro de las ilusiones, La noche del oráculo y Brooklyn Follies), se desconcertaron ante el giro metaliterario y oscuro dado en Viajes por el Scriptorium y Un hombre en la oscuridad. Tanto en su anterior libro, Invisible, como en el inminente, Sunset Park, que Anagrama publicará en noviembre, Auster ha regresado a las esencias: adictivas historias de gente corriente sometida a vaivenes tragicómicos de la existencia que, si no los matan, los harán más fuertes o más sabios. Tomando prestado su título de un paupérrimo barrio de Brooklyn, a escasas calles de su domicilio, el autor ha completado su novela más coral, muy influenciada por el actual clima de crisis económica y en la que el arte, el erotismo y los legados históricos tienen un papel determinante. Relajado con un purito Schimmelpenninck siempre humeante entre los dedos, Paul Auster concede la primera entrevista sobre la obra.
Tras terminar Invisible dijo que se sentía exhausto y que necesitaba descansar, pero no ha tardado mucho en completar otra novela.
Cada nuevo libro parece quitarme todas las energías, pero muy especialmente estos dos últimos. Los escribí en un estado de euforia absoluta, suspendido en pura felicidad, pero con el punto final me dejaron seco. Es como correr: uno puede llevar un ritmo espléndido durante kilómetros y kilómetros pero luego, al cruzar la línea de meta, caer al suelo fulminado.
¿Ahora los periodos de recuperación son más largos?
Sin duda. Para empezar, antes tenía la sensación de disponer de un cajón a rebosar de ideas para futuras novelas. Acababa una y, en un mes o dos como máximo, abría el cajón, cogía una y me sentaba a desarrollarla. Desde hace unos años, el cajón está vacío, me cuesta mucho más dar con el hilo del que tirar. Las ideas parecen caerme del cielo cuando en el pasado las maceraba durante años en la cabeza. Me puedo pasar seis o siete meses entre un libro y otro. Siempre me ha supuesto un gran misterio conocer su origen, rastrear su evolución dentro de mí, y ahora se añade la intriga del cambio de ritmo. Sin embargo, no me detengo. Tras un largo descanso desde que acabé Sunset Park, detecto que estoy a punto de arrancar con un nuevo proyecto.
¿Le aterroriza que algún día ya no salga absolutamente nada de ese cajón?
En absoluto. Hay tantas cosas diferentes por hacer…, ¿no?
¿Qué le condujo a escoger un barrio tan degradado como Sunset Park como escenario?
Cuando la economía empezó a colapsarse allá por el verano del 2008, no cesaba de encontrarme en las noticias con historias de gente que perdía su hogar. Decidí que quería escribir sobre alguien que es expulsado de su casa, tratar el tema de la desposesión. Una amiga que vive en Sunset Park me estaba dando un tour por el barrio cuando nos encontramos con una enorme casa abandonada que me llamó poderosamente la atención y de la que tomé muchas fotos. Para escribir siempre necesito contar con un espacio muy específico y delimitado sobre el que proyectar mi imaginación, aunque luego apenas aparezca en el libro o al lector le importe bien poco. Y en esa casa, que al poco demolieron, metí a mis okupas.
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Siri Hustvedt: “Contemplar un cuadro de Vermeer me aleja del dolor”
Antonio Lozano.
Cuando de niña una compañera de colegio le aseguró que jamás había tenido dolor de cabeza, Siri Hustvedt, que creía que las migrañas que siempre había padecido eran compartidas por el resto de la humanidad, se quedó de piedra.
Dueña de un sistema nervioso enemigo, que además de constantes encefaleas le ha provocado algún ataque serio y sometido a una fuerte medicación y a sesiones de psicoterapia, la escritora de origen noruego se ha interesado toda la vida por la neurología y la psiquiatría, filtrando estos temas sólo tangencialmente en sus libros.
Hasta la publicación de La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, donde, como su título anuncia, parte de sus propios sufrimientos psicosomáticos para repasar la evolución histórica de estas áreas científicas, preguntarse por las relaciones mente-cuerpo, cuestionar los métodos de diagnosis y, a la manera de Susan Sontag en La enfermedad como metáfora, reflexionar acerca de cómo el paciente se ve afectado por la interpretación que la sociedad hace de sus males.
Loado por el gran maestro de la neurociencia Oliver Sacks, el ensayo, que Anagrama publicará en octubre, ha convertido a Hustvedt en una autoridad en la materia, lloviéndole invitaciones a impartir conferencias por medio mundo. Siri Hustvedt, nacida en Northfield, Minnesota, el 19 de febrero de 1955, de padres noruegos, está casada desde 1981. Ha escrito Elegía para un americano, Todo cuanto amé, El hechizo de Lily Dahl y Los ojos vendados.
¿Qué pensaba de pequeña sobre esos terribles pinchazos en la cabeza?
Por un lado, no dramatizaba ya que me imaginaba que formaban parte de la vida de todos nosotros. Por el otro, no los compartía con los demás, intuía que era un asunto muy privado e interno que debía guardarme para mí. También recuerdo que, dado que acompañaba a mis padres a misa en Minnesota, los conectaba de alguna manera con experiencias religiosas. Pobrecita… (risas).
En consecuencia, ¿no le produjo cierto pudor exponerse tanto en este libro?
Si uno se fija bien verá que sólo el diez por ciento trata directamente sobre mí. Mis problemas y yo somos apenas los conductores de un tráfico de múltiples temas. De hecho, mi anterior novela, Elegía para un americano, era mucho más personal al surgir a partir de la muerte de mi padre. Mi objetivo final con La mujer temblorosa… era llegar a alguna conclusión acerca de ¿quiénes somos en el fondo?, ¿dónde reside eso que denominamos identidad? Abundan las teorías neurobiológicas al respecto, pero ninguna ha conseguido dar con la solución definitiva.
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