Grandes álbumes cumplen este año su trigésimo aniversario, una fecha que las majors no dejan pasar si el músico sigue en activo y con visos de tirón comercial. Ocurrió con Born To Run, de Springsteen –doble CD y DVD con material inédito y en directo– y va a ocurrir ahora con Coney Island Baby de Lou Reed. El disco, de 1976, no es lo mejor del neoyorquino, ni un álbum de referencia, pero incluye algunas de las mejores canciones de Reed. Para mi gustó, dos sublimes (Coney Island Baby y She’s my Best Friend), una obra intensa (A Gift) y un arranque alegre y prometedor (Crazy Feeling). Es el sexto álbum de estudio de Reed tras la ruptura de The Velvet Underground y no se puede abordar su crítica sin atender al contexto: Se escribió y publicó después del experimento llamado Metal Machine Music, el doble álbum donde sólo se puede escuchar una hora de intensa distorsión, como la herramienta de un dentista amplificada a máximo volumen con la que Reed, desde un profundo desafio creativo, puso a prueba a los fans que auparon su anterior LP, el mediocre Sally Can’t Dance, al Top Ten (el único del neoyorquino en su carrera). Abatido, endeudado y quizá arrepentido de la travesura, Reed grabó Coney Island Baby, ocho temas que finalizan a corazón abierto: con el rockero cantando a la gloria del amor susurrando a Rachel, el travesti que por entonces era su novia: tío, sabes que lo dejaría todo por ti.
Coney Island Baby (RCA/Legacy) se reedita en agosto con rarezas, caras B, algunos cortes de las sesiones del disco (Leave Me Alone, Downtown Dirt, ya editados en la caja Between Thoughts and Expression, de 1992) e interesantes versiones alternativas de los temas principales del álbum, algunos en colaboración del ex Velvet Doug Yule.
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