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En buena lógica

Sistemas Inteligentes

Lo inteligente está de moda. Casas inteligentes, neveras inteligentes, aspiradoras inteligentes, móviles inteligentes… la oferta es interminable. Por ejemplo, ya no necesitas abrir la nevera para saber si te quedan yogures: basta con buscarlo en el ordenador que viene incorporado a la puerta. Como puede verse, el ahorro de esfuerzo es considerable. Si se te está quemando la merluza en el horno inteligente, te puedes enterar desde el sofá, pero no sólo por el humo que sale de la cocina, cual zorrera, sino también porque la alarma activa un mensaje en tu móvil. Total, que ahora cualquier cacharro provisto de sensores o tecnología digital es vendida como inteligente, a través de anuncios no tan inteligentes. Pero la publicidad inteligente aún es una quimera que dejamos para la ciencia-ficción.

El otro día presencié una divertida escena en el aseo de un restaurante: un tipo inglés intentaba secarse las manos en un secador automático, de los que se activan automáticamente. En lugar de activarse cuando aproximaba las manos, se paraba. Y cuando las retiraba, se encendía. El tipo lo encontró muy divertido y dijo, con humor y acento inglés: “Este aparato es más inteligente que yo”.

Yo siempre desconfío por sistema de todo aquel que se anuncia como inteligente, o de todo aquello que se vende como inteligente, verbigracia, los Servicios de Inteligencia. Nunca olvidaré aquellas fotos, tomadas desde los satélites de estos servicios, de los supuestos arsenales de armas de destrucción masiva en Irak. O los misiles inteligentes, dotados de varias cabezas, que acaban matando cientos de civiles.

¿Es inteligente la inteligencia artificial? Muchos recordarán ese super ordenador que ganó a Gari Kasparov al ajedrez, Deep Blue. Era capaz de procesar miles de posibles movimientos del contrario, a la vertiginosa velocidad de 200 millones de posiciones de ajedrez por segundo. Ser capaz de analizar tantos millones de posiciones en un segundo puede despertar asombro, pero sobre todo revela una increíble estupidez, ya que en ese cálculo también analiza las jugadas irrelevantes, e incluso absurdas, como exponerse directamente a un jaque mate. La mente humana es capaz de descartar las miles de jugadas malas en un segundo, y calibrar sólo las buenas.

El sistema binario que utiliza la inteligencia computacional tiene serios inconvenientes: la falta de matices. Entre 0 y 1 no caben medias tintas. A menudo, la decisión inteligente no es la racional. Tomemos un ejemplo de elección difícil, como puede ser confeccionar una lista de los invitados a una boda. Una elección tan delicada nunca se la podríamos confiar a una computadora, por muy inteligente que sea, porque se basaría en criterios puramente racionales, como el presupuesto del banquete y la cercanía de parentesco, e incluiría a esos primos gorrones e inoportunos, y se olvidaría en cambio de invitar a aquella nuera de la sobrina del primo segundo del tío político cuyo marido es amigo íntimo de tu jefe y puede conseguirte un aumento de sueldo.

La inteligencia de las máquinas casi siempre se basa en la memoria, es decir, utilización de su archivo de datos utilizando criterios de búsqueda. Asunto más controvertido es si los ordenadores son capaces de generar nueva información, a través de procesos de inferencia, inducción o deducción. Por ejemplo, establecer conclusiones a partir de una serie de datos no numéricos o no cuantitativos.

Turing, el gran pionero de la inteligencia artificial, dijo allá por los años 50: “si durante una conversación hombre-máquina, el primero no se da cuenta de que su interlocutor es un amasijo de bits, puede decirse que la máquina piensa”. De momento estamos lejos de esa revolución. Es difícil que las máquinas parezcan realmente humanas. La inteligencia artificial no puede competir con la estupidez natural.

Imaginemos ahora un sistema experto, llamémoslo Sigma 3, capaz de reconocer colores y saber lo que es un caballo, distinguiéndolo de un burro, un mulo, un camello, una rana y un tritón; le hacemos esta pregunta: “¿De qué color es el caballo blanco de Santiago? No tendría respuesta.

También podríamos probar con otra conocida adivinanza:

-A ver, Sigma 3, ¿te apetece resolver una adivinanza?

-Sigma 3 desea resolver una adivinanza -responde con voz de profunda lata de silicio.

-Muy bien. Escucha atentamente: un animal VACA…. minando por un camino, su nombre ya te lo he dicho.

-Repita la pregunta, por favor.

-Un animal ¡¡VACA!! minando por un camino….

-Repita la pregunta, por favor.

(….)

Por Ignacio García-Valiño

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