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En buena lógica

Psiquiatras y comecocos

Una gran pérdida ha supuesto el reciente fallecimiento de Carlos Castilla del Pino, el gran renovador de la psiquiatría española. Los psicólogos siempre hemos tenido cierta prevención con los psiquiatras, por su tendencia a psiquiatrizar al paciente. Cuando me acerqué a la figura de este maestro me agradó saber que él llevaba décadas denunciando este mismo hecho, así como la psiquiatrización de la sociedad promovida por la industria farmacéutica: más Prozac y menos Platón. Me sorprendió coincidir con él en que hay muchas menos depresiones que las que se cuentan y se creen los propios pacientes. Él no practicaba la curación por imposición de la palabra (técnica conocida como psicoanálisis), sino una psicoterapia integradora llamada “psicoterapia esclarecedora”.

Del Pino fue innovador en su acercamiento a la psiquiatría infantil. Sólo dos países de la U. Europea carecen de la especialidad de psiquiatría infanto-juvenil: España y Letonia. Quienes la ejercen, no están titulados con esta especialidad, lo cual constituye una grave carencia. Por otra parte, sigue existiendo una enorme confusión entre los psiquiatras y los psicólogos. A los primeros se les llama vulgarmente “loqueros” y a los segundos, “comecocos”. Todo esto no son sino prejuicios irracionales. Tantas veces uno oye majaderías como “yo no voy al psicólogo porque no estoy loco”. A veces también nos atribuyen poderes esotéricos, como leer el pensamiento sólo con ver los ojos (visión de Rayos X).

Por decirlo de modo simple, los psiquiatras están especializados en psicopatología y salud mental, y los psicólogos abordan no sólo las neurosis y trastornos de ansiedad más cotidianos, sino que intentan ampliar la conciencia del paciente, aydándole a conocerse a sí mismo, examinar las creencias que le llevan a un desajuste con el medio y a una mala gestión de sus recursos. En realidad, los psicólogos tratamos de enseñar a las personas a pensar mejor y comprender mejor el mundo que les rodea, especialmente el de las relaciones interpersonales. Los psicólogos no curamos, es cierto; ayudamos a los demás a que encuentren su vía de curación. La percepción distorsionada de uno mismo y de la realidad es una fuente permanente de conflicto e ineptitud. La psicoterapia esclarecedora de Carlos Castilla del Pino tiene que ver con todo esto.

Todo esto ha empeorado con el intrusismo de charlatanes que se hacen pasar por terapeutas y la proliferación de terapias alternativas basadas en patrañas, sobre todo aquellas llamadas de crecimiento personal, bioenergética, ondas alfa, iluminación interior, flores de Bach y un largo etcétera. Por no hablar de los psicoanalistas argentinos que con su verborrea son capaces de vender hielo homologado a un esquimal. En cuanto a la divulgación, cualquier revista de peluquería tiene su sección de psicología, que incluye un test para saber si tu autoestima es adecuada y si tus relaciones personales son satisfactorias (incluye consejos para mejorarlas). Las suelen redactar los mismos que escriben sobre dietas milagrosas, la operación bikini y últimas tendencias en complementos. Lo llaman periodismo polivalente. Menudo panorama tenemos los que pretendemos extender la psicología científica.

Carlos Castilla del Pino denunció la “psiquiatrización” de la sociedad, los nuevos trastornos inducidos por la cultura y los estereotipos sexistas, como la anorexia, o la conducta antisocial de los menores. A las causas de este hecho debemos añadir el exceso de información estúpida y el exceso de estupidez de muchos padres (dicho piadosamente). Las fronteras entre el pabellón psiquiátrico y este enloquecido mundo en el que vivimos se van diluyendo, como anunció Luis Martín-Santos, un psiquiatra a quienes leímos los adolescentes de nuestra generación: Tiempo de silencio; otra gran contribución de la psiquiatría a la adolescencia.

“La depresión verdadera es escasa” decía del Pino. Más Platón y menos Prozac es lo que los psicólogos recomendamos a los depresivos, y a los psiquiatras anclados en los viejos métodos: más Castilla del Pino y menos Freud. Y más neurociencias. Y menos psicología de piscina.

Por Ignacio García-Valiño

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