Mi mujer se queja de que cuando voy a comprar al supermercado tardo en volver el doble de tiempo que ella, y alguna vez me ha preguntado qué burricie congénita impide a los hombres llenar un carrito de la compra en media hora. ¿Es que no consigo encontrar las zanahorias? ¿Me pierdo en la sección de detergentes? ¿Dejo que se me colen todos en la pescadería? ¿Voy comparando todos los precios hasta elegir por fin el producto más caro? ¿Cuál es el secreto?
Nunca me he atrevido a confesárselo, pero la verdad es que si tardo tanto es porque me quedo leyendo. Me encanta leer los misterios que encierran las etiquetas de los productos, sus increíbles propiedades. Por ejemplo, las cajas de galletas son todo un mundo, por sus valores nutritivos, digestivos y salutíferos, aceites oleicos, ácidos grasos monosaturados, riboflavinas y folacinas, aportan energía, optimismo, son esenciales para comenzar bien el día y te hacen ir al baño feliz. ¿Cómo no quedarse pasmado ante la variedad de tipos de galletas y sus increíbles propiedades?
La semana pasada descubrí la sección de pañales. Llevo varios años comprando pañales, pero nunca me había detenido a leer lo que dicen las cajas. Ingenuo de mí, creía que un pañal es una cosa sencilla, hecha básicamente con celulosa. ¡Craso error! Leyendo las distintas marcas, salí de mi ignorancia y comprendí que su función no se limita a absorber el pipí, sino que lo atrapan y lo convierten en perlitas de gel. Ya no es que sean inodoros: es que llevan hojas de menta, de té verde, fragancias que, una vez orinadas, constituyen esencias de aromaterapia. Los nuevos pañales incorporan centros de absorción tridimensional, reguladores anatómicos, elementos antialérgicos, y son tan ecológicos que si los plantas crecen berzas.

Como manual de instrucciones, el envoltorio de un paquete mostraba un pañal abierto. Yo estudié en el colegio la disección del calamar, con todos sus órganos, pero eso no es nada comparado con la disección del pañal: sus numerosos alerones, ribetes, cierres de seguridad, tiras antideslizantes, filtros que, más que recoger la caquita, la van descomponiendo en sus oligoelementos esenciales, hasta hacer de ella una materia liviana y que alegra la vista.
Así que, cada vez que a mi churumbel lo envuelvo en uno de estas maravillas, le digo que es afortunado por haber nacido en el siglo XXI, el siglo de los milagros.
El problema es cómo le explico yo esto a mi mujer, que me quedo leyendo en el supermercado. Me tomaría por un estúpido animal, un botarate. Hay cosas que deben permanecer en secreto, al menos en los matrimonios bien avenidos. Todo esto me recuerda a una máxima que leí una vez en una camiseta de no sé quién, no recuerdo dónde. Decía así: “Si un hombre da su opinión en un bosque, y ninguna mujer le oye, ¿sigue estando equivocado?”