
El Rafita no es una persona, es un monstruo, según Rajoy, no merece el calificativo de humano. Así lo ha expresado en declaraciones a los medios, aprovechando para pedir una reforma de la Ley del Menor con el fin de evitar que “algunas personas, por llamarlas así, puedan volver a delinquir y quedar impunes”, en clara referencia al “Rafita”. Así habló el PP, erigido en portavoz del pueblo. Alarma social son dos palabras clave, o en lenguaje de bloguero, un tag. Otra podría ser estigma, persecución y linchamiento mediático. Todo esto resulta tan siniestro que hasta la abogada de oficio del “Rafita” eludió dar su apellido a los periodistas que, como carroñeros, se congregaban a la puerta del juzgado de guardia, y les espetó: “No quiero tener nada que ver con este señor (su cliente). Yo tengo otros trabajos… no pongáis ni mi nombre”. Desde que cumplió su condena en un centro de reforma, la imagen de este joven se divulga en los medios cual si de carteles de Wanted de western se trataran. Una imagen que se ha convertido también en emblema de un movimiento popular que exige un un endurecimiento de la Ley Penal del Menor, usando como argumentos que los centros de reforma no rehabilitan a estos asesinos. A pesar de que tanto la Fiscalía como el Defensor del Menor han exigido, con razón, que no se vuelva a emitir su imagen, otros se toman la justicia por su mano y la siguen difundiendo en blogs y portales de Internet, cuando no por las televisiones. Como dice el refrán, donde hay fuego y estopa va el diablo y sopla. La niña de Rajoy no se parece al Rafita. La niña viene de buena familia, tiene pasado y futuro. El “Rafita” nació en un poblado chabolista de Madrid, donde vivía con su familia de etnia gitana, creció entre degradación e incultura, pasó frío y hambre todos los inviernos y vio ratas merodeando su chabola. Con diez años ya era ducho en el robo de bolsos por tirón. Le enseñó su padre, quien acabó en prisión por tráfico de drogas. A su madre le retiraron la custodia de sus hijos en 2001. Aprendió a comer con cuchillo y tenedor y a asearse en el centro de reforma donde cumplió condena por su brutal asesinato de Sandra Palo. Nunca fue educado ni socializado. La niña de Rajoy, en cambio, tuvo una vida mucho más “humana”; comió con buena cubertería en su Primera Comunión y aprendió modales desde mucho antes. La niña de Rajoy es el ángel, y el “Rafita”, Satanás. Pues nada, llevémoslo a la hoguera, como antes a las brujas y a los endemoniados, quemémoslo en la plaza, para alivio del pueblo. Acabo con una frase de David Trueba: “Ni tan siquiera la justicia consuela del dolor, porque no se inventó con esa finalidad, sino con la de hacer el mundo razonable y vivible. Hemos de asumir que esta labor a veces incomprendida, rara, nada consoladora, se ejerce desde la frialdad y la cordura, jamás desde el desgarro o el ensañamiento”.