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En buena lógica

Malditas reuniones

Séneca dijo: “nuestro tiempo en parte nos lo roban, en parte nos lo quitan y el que nos queda los perdemos sin darnos cuenta”. Yo creo que no hay nada que nos haga perder tanto tiempo como las reuniones de trabajo, en las que no se llega a ningún compromiso, excepto al compromiso de no hacer nada. No sólo nos roban el tiempo, sino que a menudo las tenemos que soportar en horas extra, una vez que ha terminado nuestro horario de trabajo.
Hoy he decidido tomármelo con humor y escribir un post con todas las ideas que me bullen por la cabeza durante esas sesiones interminables. Creo que en general hay dos tipos de reuniones: las soporíferas, en las que se habla de vaguedades y burocracia, y las divertidas, en las que el propio aburrimiento encrespa los ánimos de los reunidos y la cosa terminan en batalla campal. Ambas son una completa pérdida de tiempo.

La improductividad de una reunión es directamente proporcional al número de participantes. Cuantos más sean, más tarde empieza, menos participa la mayoría, más acaparan el tiempo unos pocos, más tiempo dura y más se alarga sobre lo previsto, y menos compromisos se adoptan.
Curioso que en las reuniones se persiga algún consenso entre las partes: error de principiante. Desgraciadamente, los asistentes tienen puntos de vista inconciliables. A veces el único consenso posible es un juicio salomónico, en el que para poner de acuerdo a los que optan por peras con los que optan por manzanas, se vota mandarinas. La opción que no satisface ni a unos ni a otros, sino todo lo contrario, suele ser muy frecuente en sesiones en las que nadie se pone de acuerdo, ya que así al menos todos quedan satisfechos de ver cómo el otro no se ha salido con la suya.
Hay que diferenciar entre lo que se ha venido a discutir y lo que realmente se discute. Lo primero lo pone el jefe en la agenda de la reunión y lo segundo es la reunión que quieren hacer los reunidos. Resulta especialmente pintoresco el afán por las “reuniones informativas”, que convocan desde arriba, cuando todo el mundo sabe que la gente se informa mejor en los pasillos.

Tipología del reunido
El pedante: ha venido con su discurso preparado y lo soltará pase lo que pase. Su estilo engolado es inconfundible. Parece que quiere decir algo, pero no acaba de conseguirlo. En realidad, carece de sentido.
El replicante: desgraciadamente, ha creído entender algo del speech del pedante y se apresta a responder, afirmando que lo hace por alusiones (?). Este sujeto atrabiliario se opone a las propuestas emitidas, sean cuales sean, y su opinión al respecto es exactamente la contraria. En todas las reuniones hay uno o varios replicantes que se replican entre sí.
El trepa: oportunista, calculador, lo suyo es la coba. Cuando el jefe habla en las reuniones, es el único que parece escucharle, e incluso asiente. Siempre está de parte de la directiva y se enfrentará dialécticamente contra los que cuestionen sus decisiones.
El gruñón: de vez en cuando hace sonar su voz carrasposa y soñolienta para protestar por lo estúpido de las intervenciones o recordar a los asistentes que el rumbo que está tomando la reunión es una pérdida de tiempo. .
El exaltado: aprovecha las aguas revueltas para soliviantar los ánimos, unir los espíritus y captar frentes de oposición, reivindicaciones, sentadas, protestas y otras soluciones que al principio muchos votan, pero que luego nadie se toma la molestia de llevar a la práctica.
¿Qué podemos hacer si no podemos escaquearnos de las reuniones a las que somos convocados? Lo mejor es llevarse un periódico para tener algo en que ocupar la mente. Lo típico es esconder el diario bajo la mesa y abrirlo por la página de los crucigramas. El problema es que los periódicos son sosos y aparatosos, y hacen mucho ruido al pasar las páginas. Se recomienda arrancar la página de los pasatiempos antes de la reunión, para que la pueda camuflar en su portafolios. Todo el mundo creerá que está tomando notas.

Por Ignacio García-Valiño

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