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En buena lógica

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Nuestra enloquecida vida discurre entre pantallas. A veces, tenemos abiertas tantas a un tiempo que perdemos el hilo de la realidad. El sociólogo Guilles Lipovetsky lo llamó, irónicamente, hipertrofia pantallogruéllica, que sugiere voracidad, empacho, festín. Nuestra existencia real continúa en un universo paralelo de Internet, donde a menudo desarrollamos también una personalidad alternativa (peor que la visible). En la era digital cualquiera puede generar información, no sólo en su bitácora en Red, o en su red social, sino incluso en los principales periódicos nacionales, en su versión digital, a través de la sección “comentarios”.

La semana pasada me puse a leer, en un alarde de masoquismo, los centenares de comentarios que los internautas vertieron en la noticia sobre el abandono definitivo del rescate del alpinista Óscar Pérez, desaparecido en el Latok II. El dramatismo alentó el frenesí comentaril, sin que desanimara el hecho de que sólo una persona en todo el mundo tenía la información: su compañero de escalada. Ni siquiera las redacciones de los periódicos disponían de una panorámica de la situación, como prueba el hecho de que las noticias eran desalentadoramente escuetas. Por suerte, ahí estaban los internautas para iluminarnos, y no precisamente escaladores o expertos en la materia. La mayoría no habían subido a más de mil metros sin teleférico, lo cual no les suponía ningún problema para esclarecer la verdad de lo ocurrido, administrar culpables (cómo no, la pereza de los miembros del rescate y su falta de valor). Un argumento repetido: “si el hombre ha subido a la luna, ¿cómo es posible que ahora un puñado de hombres no pueda subir al Latok II? Como ven, apabullante lógica. Y mientras unos se lanzaban de culo como hipopótamos sin trineo por la pendiente del Latok, la familia y allegados estaban preparando un funeral sin difunto.

Tres hurras por la democratización de la información en la Red: cualquier indocumentado puede hacer prensa y barra libre a la burricie. Este imperio de lo popular pretende que ya no hay voces autorizadas, ni autoridades, ni otro criterio de calidad que el de los votos recibidos, ya sea a través de SMS o visitas a la web. Poco importa que la crítica haya dicho que el filme “Papá, me ha encogido el pie”, es una bazofia, si está en el ranking de las más taquilleras. Lo bueno lo marca el número de visitas. En este contexto no es de extrañar la crisis que afecta al periodismo de rigor.

La blogosfera, un formato cuya principal baza es ampliar la ventana comunicativa y permitir formatos más frescos e informales, también sufre cierta crisis de credibilidad, porque se está convirtiendo en una especie de MySpace donde los comentaristas se tiran los trastos unos a otros, en una batalla campal en la que el bloguero queda relegado al papel de mero observador de la ONU sin cobertura de los cascos azules.

Es evidente que el anonimato permite aportaciones interesantes a los blogs desde la discreción, pero también es un paraíso para los que disfruten insultando sin exponer ni la voz, ni la cara, ni menos aún el nombre, o soltar lo que les salga de las tripas o los intestinos y quedarse tan anchos.

A pesar de tantos inconvenientes, aprecio las ventajas de los nuevos formatos de la comunicación digital. No obstante, al ser un nuevo mundo que evoluciona a velocidades vertiginosas, tal vez necesitamos un periodo de tiempo para aprender a utilizarlo de forma racional.

Por Ignacio García-Valiño

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