Nuestra enloquecida vida discurre entre pantallas. A veces, tenemos abiertas tantas a un tiempo que perdemos el hilo de la realidad. El sociólogo Guilles Lipovetsky lo llamó, irónicamente, hipertrofia pantallogruéllica, que sugiere voracidad, empacho, festín. Nuestra existencia real continúa en un universo paralelo de Internet, donde a menudo desarrollamos también una personalidad alternativa (peor que la visible). En la era digital cualquiera puede generar información, no sólo en su bitácora en Red, o en su red social, sino incluso en los principales periódicos nacionales, en su versión digital, a través de la sección “comentarios”.

Tres hurras por la democratización de la información en la Red: cualquier indocumentado puede hacer prensa y barra libre a la burricie. Este imperio de lo popular pretende que ya no hay voces autorizadas, ni autoridades, ni otro criterio de calidad que el de los votos recibidos, ya sea a través de SMS o visitas a la web. Poco importa que la crítica haya dicho que el filme “Papá, me ha encogido el pie”, es una bazofia, si está en el ranking de las más taquilleras. Lo bueno lo marca el número de visitas. En este contexto no es de extrañar la crisis que afecta al periodismo de rigor.

La blogosfera, un formato cuya principal baza es ampliar la ventana comunicativa y permitir formatos más frescos e informales, también sufre cierta crisis de credibilidad, porque se está convirtiendo en una especie de MySpace donde los comentaristas se tiran los trastos unos a otros, en una batalla campal en la que el bloguero queda relegado al papel de mero observador de la ONU sin cobertura de los cascos azules.
Es evidente que el anonimato permite aportaciones interesantes a los blogs desde la discreción, pero también es un paraíso para los que disfruten insultando sin exponer ni la voz, ni la cara, ni menos aún el nombre, o soltar lo que les salga de las tripas o los intestinos y quedarse tan anchos.
A pesar de tantos inconvenientes, aprecio las ventajas de los nuevos formatos de la comunicación digital. No obstante, al ser un nuevo mundo que evoluciona a velocidades vertiginosas, tal vez necesitamos un periodo de tiempo para aprender a utilizarlo de forma racional.