Un reciente y revelador informe elaborado por la institución del Ararteko, entregado al Parlamento vasco en julio de 2009, revela que el 15 por ciento de los adolescentes vascos no rechaza o justifica la violencia de ETA y otro 14 por ciento se muestra indiferente o no se manifiesta. Son datos ciertamente desoladores. La encuesta se realizó a setecientos sesenta y dos estudiantes de entre doce y dieciséis años. Este estudio desvela, además, que hay una correlación muy significativa entre el modelo lingüístico en los que cursan sus estudios estos chicos y su actitud hacia la violencia. Entre los que cursan en castellano con una asignatura de euskera, el rechazo a la violencia de ETA es alto o muy alto en más de un 80 por ciento de los casos. Entre quienes estudian en euskera, sólo el 62 por ciento rechaza claramente la violencia. Los alumnos del modelo bilingüe se encuentran en un punto intermedio.
La violencia juvenil en Euskadi tiene una transmisión cultural con un importante peso en el factor lingüístico en la que directa o indirectamente están implicadas las escuelas. Este modelo cultural establece una bipolarización entre lo vasco y lo español que legitima la lucha política. De alguna forma, el debate educación en castellano versus educación en vasco ha estado siempre muy al margen del debate sobre la legitimación política de la violencia. Sobre esto último la sociedad vasca, en general, se manifiesta harta de la violencia y deseosa de paz. Pero muchos de lo que defienden la paz sin paliativos, también defienden las ikastolas, juzgando que el modelo lingüístico y la violencia de intencionalidad política nada tienen que ver. Pues este informe apunta lo contrario: sí tienen que ver, y mucho. Dejemos de hablar de discriminación lingüística, y hablemos de cuál es el semillero de la violencia y qué papel tiene la educación y la lengua en todo esto.
La prueba que demuestra una correlación entre la lengua escolar y las actitudes ante la violencia nos parece decisiva para la construcción de una Euskadi pacífica y tolerante. Pero antes, esta correlación debe ser confirmada con un estudio más riguroso, que utilice una muestra claramente significativa, y desarrollada por una entidad neutral, o no vinculada a las víctimas del terrorismo ni a ninguna posición ideológica. Si se confirma de modo incontrovertible que los alumnos que estudian en euskera rechazan menos la violencia y el terrorismo que en la escuela bilingüe o en español con vasco como asignatura obligatoria, ¿qué credibilidad va a tener la escuela pública en el País Vasco como una institución que pretende transmitir valores democráticos y de convivencia, cuando la mayoría de las ikastolas están integradas en la red pública? ¿Se va a seguir apostando por un modelo lingüístico vasco en colegios e institutos sabiendo que alimenta actitudes contrarias a los valores democráticos? Que el Gobierno vasco analice este contrasentido y busque una solución lógica porque, cuando se habla de democracia, no se puede estar repicando campanas y matando moros al mismo tiempo.
Este asunto debe ser analizado en profundidad, pues la correlación no especifica la causa. ¿La causa es el euskera en sí mismo? Eso no tiene sentido. Nada hay en la hermosa y rica lengua vasca que incite a las actitudes violentas. Tal vez el problema no es el euskera, sino el castellano, el tratamiento que recibe la lengua y cultura castellana en las ikastolas, la actitud hacia “lo español”. Si esta correlación se confirma en una muestra mayor y homogénea, habría que centrar el foco de una vez por todas en el modelo educativo de la escuela vasca.