Dice el tópico que los ciclistas están hechos de otra pasta. Y pese a ser enemígo declarado de frases hechas, tengo que reconocer que tras ver el terraplén por el que cayó Pedro Horrillo en la etapa del Giro de Italia empiezo a creer a pies juntillas dicha sentencia. El corredor ha vuelto a pasar una noche “tranquila”, después de que fuera sometido a una intervención quirúrgica por su fracturas de fémur y de rótula tras la aparatosa caída sufrida durante el descenso del Culmine di San Pietro, un puerto situado en el kilómetro 70 de la etapa.
Horrillo continúa ingresado en el complejo hospitalario “Hospitales Reunidos” de la ciudad italiana de Bérgamo, próxima a Milán (norte), donde los médicos le mantienen bajo observación, consciente y con respiración artificial, puesto que aún no es capaz de respirar bien por sí mismo.
La operación en el fémur y la rótula a la que se le sometió ayer dio “buenos resultados” y tras ella se le colocó al ciclista un fijador externo de titanio en la pierna izquierda.
Horrillo, de 34 años, fue además sometido este domingo a un TAC en el encéfalo y una resonancia magnética en la columna vertebral, que han confirmado ausencia de lesiones en esas zonas.
Fuentes del hospital de Bérgamo confirmaron que los médicos aún mantienen ese “moderado optimismo” de los últimos días puesto que la caída ha sido dura, pero que la vida del ciclista “no corre un peligro inmediato”.
Y Horrillo es afortunado…