Estamos en el punto de inicio del Camino . Pernoctamos en Valcarlos, un pueblo navarro en la frontera con Francia. Pasada la ciudad de Pamplona nos recibió la lluvia, que en alto del puerto de Ibañeta se convirtió en nieve. El descenso del monte es de los realmente retorcidos, con curvas que se enroscan en sí mismas como rotondas, o esa era la sensación que nos daba al trazarlas en unas condiciones de visibilidad muy reducida a causa de la niebla asentada también sobre la cumbre de la montaña.
Fuimos llegando escalonadamente, el autobús por delante y dos coches posteriormente; todos con la luz del día ya extinguida. En la oscuridad, sólo hemos podido acertar a distinguir un pueblo encajonado entre dos laderas, muy tranquilo, tanto parece que la noche también duerme en Valcarlos, arrullada, como los habitantes de la población, por el monótono y relajante ronroneo de las aguas de un río que se adivina más al fondo. La temperatura era de cero grados en la cima del puerto y un poco más alta en el pueblo, pero las predicciones anuncian que seguirá refrescando.
Las nubes negras apenas permiten distinguir donde acaba la montaña y donde empieza el cielo en la noche oscura. Nubes que al rato desaparecen y dejan ver un firmamento claro con estrellas diminutas, distantes y frías. Nos encontramos en la montaña y, como nos advierte Álvaro Pino, es difícil predecir qué tiempo nos encontraremos al amanecer.
Después de cenar, se hizo reparto de ropa, que recordaba a un comienzo de curso. Al fondo se oía las risas de los ciclistas, mientras directores y auxiliares completaban la distribución. Antes de que éstos hubiesen terminado la tarea, el dormitorio del albergue quedó sumido en un profundo silencio. Había cansancio por las muchas horas de viaje en autocar y la primera etapa, de 93 kilómetros , un perfil exigente, nieve y posiblemente lluvia, invitaba también al descanso. No podemos negar que aguardamos con inusitado interés el nuevo día.