Las bicicletas listas, barritas como para sobrevivir a una debacle, bebidas isotónicas para llenar los embalses catalanes e ilusión a raudales.
El viernes a las 15 partíamos con destino Candanchú donde se encontraba nuestro hotel. Cada uno de nosotros con su peros internos. Imanol no había podido coger la bicicleta en las últimas semanas, Alfón se casa en julio y sus obligaciones prematrimonales tampoco le dejaron demasiado tiempo de entrenamiento y en mi caso una tendinitis rotuliana me traía por la calle de la amargura.
El camino hacia Sabiñánigo fue de lo más ameno. Alfon y yo comentando como afrontar la prueba, atemorizados por los 1600 kilómetros con los que acudíamos en nuestras piernas. Muy pocos pero de ganas íbamos sobrados. Mientras tanto Imanol a lo suyo. Dormido en la parte de atrás del coche recostado junto a las bicicletas sin pensar en la que le caería encima.
Llegamos a Sabiñánigo y caravana para entrar. Conseguimos aparcar a duras penas y como locos a por los papeles de la inscripción y ese dorsal que más tarde me salvaría la vida.
Para los que nunca hayáis estado, la QH te pone los pelos de punta nada más entrar en el recinto de la feria. Lo de poner los pelos de punta es un decir porque allí no ves un pelo de más. Todo el mundo bien depilado, fibrosos, y sobre todo tirando de aceite o dios sabe que potinje abrillantador para sus piernas.
Hecha la inscripción, a cenar. Son las 20:00 horas y nuestro hotel está en Candanchú, así que decidimos picar algo por Sabiñánigo. Cervecita con limón, sin alcohol eso sí (bueno alfon con Alcohol) y a comer pasta para dar y tomar. Sólo nos llamó la atención una cosa, el tapón de la botella de agua de la cena estaba abierto.
Me refiero a que no la abrimos nosotros… ¡Qué gran error! El menú: Pasta y pollo.
A dormir. Durante el traslado hasta el hotel subimos Somport. ¿No es para tanto verdad? Comentaba Imanol. “No parece muy duro, alguna rampa del 8 o 9% pero con descansos”. El hotel espectacular muy bien situado y con unas vistas de película. Picos nevados en contraste con las laderas de la pista de esquí de un verde más primaveral uqe de antesala del verano.
Seguimos los consejos de Alfon y hielo para las piernas, estiramientos platanito y a dormir. Bueno todos menos yo que no podía perderme el Croacia-Turquía.
La alarma sonó a las 04:30. Somos previsores. No queremos sustos de última hora. Se prevé mucho calor. Así que cargamos las mochilas con todo tipo de líquidos y bebidas isotónicas.
Conseguimos aparcar en la misma salida. Increíble son las 06:30 horas y ya hay gente preparada para partir. Nosotros nos lo tomamos con más calma. Todo preparado son las 07:15 y vamos situándonos entre la multitud. Los tres comentábamos “los miles de euros que nos rodeaban en forma de bicicletas”.
Empìezo a tener una sensación rara en el estómago. “Son los nervios”, comenta Imanol, ya verás, en cuanto salgamos se te pasa”. No eran los nervios. Uno sabe cuando su cuerpo no está bien. Rápidamente dejo la bicicleta y cruzo la marabunta del ruedas, radios, ciclistas, para llegar a un camping cercano y volar literalmente hacia los baños. Mala señal. Dolor de tripas y todo parece indicar que algo me ha sentado mal. ¿Por que no pediríamos una botella de agua cerrada?
Por no ser demasiado esplícito vuelvo con mis compañeros y se da la salida. De mis problemas de rodilla ni me acuerdo. Alfon e Imanol van cómodos. Enseguida cogemos un grupo en que se vuela pero sin esfuerzo. 35-45 km/hora. Estamos locos pero la ilusión es superior a todo. Nuestra cabeza nos dice que regular es la clave. ¿Pero regular tanto?
A penas 25 kilómetros sobre las bicicletas y de nuevo retortijones. Mi tripa me dice basta. Hay que volver a parar. La situación es cómica para todos menos para mi, claro. Allí me despedí además de los clinex, de mi querido dorsal… Bueno el lado positivo es que me encontré un reloj de oro.
Vuelta a empezar. Nos han pasado muchos grupos y nos cuesta volver a coger el ritmo. Nos acercamos al inicio de Somport y Alfon se empieza a encontrar mal.
No puede ser. 6 meses preparándonos y acabar así. Volvemos a parar. La subida a Somport se nos hizo eterna. Un puerto que no es duro en sus desniveles pero que nos sorprendió al ver mucha gente subiéndolo a pìe. Tras llegar a Candanchú parada obligatoria en el hotel. Aquí nos planteamos si debíamos continuar ya que Imanol también comenzó a encontrarse mal. La aventura parecía que llegaba a su fin.
Más de 20 minutos parados y tomamos la decisión de seguir. No nos importa el tiempo, ni siquiera entrar antes de que cierren los controles. Sólo queremos llegar. El descenso del Somport nos estremece al ver una caida. Un cuadro roto y gracias a Dios, sólo chapa y pintura para el cicloturista.
Giramos a la derecha y comenzamos a ascender Marie Blanc. Las sensaciones ahora son mejores aunque no podemos comer ni beber lo que sería conveniente en una prueba de resistencia como esta. Ya sólo nos faltaban problemas físicos y llegaron. Toda heroicidad tiene que tener estos momentos de penuria. la rodilla izquierda de Imanol empieza a decir basta. El dolor se hace inaguantable y tenemos que parar. Los voluntarios de la Cruz Roja le recomiendan abandonar, un poco de Reflex, apretamos un poco las zapatillas y para arriba ¿parar? Ni locos.
Jamas había visto tanta gente subir un puerto andando. Los 40 grados hacían mella. Los cuatro últimos kilómetros de este puerto son tan infernales como hayáis podido leer en crónicas , foros y páginas de periódicos. Durísimos. Llegamos arriba exahustos. Nos tumbamos con el sol golpeando nuestro ya maltrecho cuerpo. Muchos nos habían dicho que el que llegaba aquí fundido no acababa la prueba. Pero ya no había marcha atras. Seguimos nuestro camino y paramos en el avituallamiento del descenso de “la dama blanca”.
La rodilla de Imanol, inflamada, Alfon y yo nos vamos encontrando mejor pero hemos empezado a tener calambres. No nos estamos alimentando bien. ¡PERO ES QUE NO PODEMOS!. Tras 25 minutos de parada obligada, emprendemos la marcha. Esos kilómetros hasta el comienzo del Portalet se nos hicieron interminables. Los
hicimos solos. Sabíamos que habíamos dejado mucha gente en Marie Blanc aunque más tarde nos enteramos de que la mayor parte de ellos habían abandonado.
Empieza el ascenso al Portalet. Nos enfrentamos a 30 kilómetros de puerto. Los calambres son cada vez más fuertes y Alfon se descuelga aunque sube a buen ritmo. Yo a lo mío. En los primeros 19 kilómetros tengo que parar 3 veces. Imanol es como mi ángel de la guarda llegamos juntos hasta el avituallamiento. Sabemos que es muy difícil que podamos entrar en meta. Nuestros calculos superan las 12 horas sobre la bicicleta.
Comemos un par de trozos de plátano y un poco de agua y hacia arriba. Alfon sigue a lo suyo, soportando como puede los calambres. Tiene que ascender los últimos 10 kilómetros de pie sobre la bicicleta. Si se sienta se tiene que parar a estirar. Imanol y yo nos juntamos con una madrileño muy simpático con el que subimos charlando animádamente y aceptando todo tipo de fruta y bebida que nos ofrecen los aficionados. Eso sí que es una pasada. Las sensaciones de los ciclistas en el Tour no deben ser muy diferentes a las nuestras. Llegamos a la cima del Portalet gritando, casi llorando de alegría. El tiempo se apiada de nuestro sufrimiento y descarga cuatro gotas sobre nosotros. Se refresca el ambiente y vemos llegar a Alfon de pie luichando contra la pendiente y contra su cabeza que le dice que pare, que hasta aquí hemos llegado.
Pero ya no tenía sentido abandonar. Habíamos cubierto más de 180 kilómetros en unas condiciones pésimas y sólo la fuerza de voluntad y el ánimo de mis compañeros me mantuvieron en carrera.
Imanol se convirtió nuevamente en nuestro guía. Ya no había dolor, su rodilla respondía y nos lanzamos como locos a la meta de Sabiñánigo. La Hoz de Jaca fue duro pero menos de lo esperado. Las autoridades nos decían que no íbamos a entrar en tiempos y que a partir de allí la responsabilidad era nuestra. No le dejamos acabar y salimos disparados hacia meta. Era un sí o sí. Queríamos nuestro diploma. Nos lo habíamos ganado. En el control de la Hoz de Jaca el chico de la organización nos alentó “Venga chavales tirar que llegáis”. Desde ahí una auténtica contrarreloj. Estábamos muy cerca. A nuestro grupo se unieron otros ciclistas que íbamos pasando y nos cogían la rueda. Imanol volaba hacia Sabiñánigo sabedor de que las pocas fuerzas que quedaban las íbamos a dejar alli.
Fueron kilómetros de disfrute. Quizás los únicos en los que la emoción se apoderó de nosotros. Los últimos metros fueron apoteósicos con los aplausos de la gente que ya recogía toda la parafernalia de esta QH 2008 y al grito de “no cerréis que llegamos” se quedará grabado en mi cabeza por lo siglos de los siglos. Nos agarramos los tres y abrazados escuchamos el pitido que indicaba que el reto había llegado a su fin. 11 horas y 40 minutos de dolor.
Los más duros de nuestras vidas pero también la sensación más emocionante e inenarrable que haya vivido en esto del deporte. Nos tumbamos sobre la acera aún caliente a eso de las 19:30 hora de la tarde. Nos miramos y sonreímos. “No volvemos ni locos”. Imanol fue a recoger los diplomas. Los guardamos como oro en paño y desfallecidos nos dirigimos hacie el coche. Las últimas palabras antes de emprender camino hacia el hotel fueron:
“Chavales el año que viene bajamos de 10 horas”