No fue el de Alemania un partido como el de Manchester. No hay tanto caviar en tiempos de crisis. Jugar de aquella manera tiene algo de sueño, de quimera. Por eso resulta tan increíble presenciarlo. Pero sí tuvo el viaje alemán la misma emoción desmedida, la pasión de ver resucitar a un equipo que perdía 2-1 y parecía noqueado. Esa transmutación imposible que llevamos a buen término con un increíble resultado que mejora el de Old Trafford. Ahí es nada. Si el empate con goles ya sabía a noche mágica agazapada en el paladar a la espera del Jueves Santo, ahora no hay duda de que volveremos a vivir una noche mágica. Una más en esta gozada de temporada.
Sabíamos del Schalke de Raul que son tipos del lejano oeste, que primero desenfundan y luego preguntan. Les dimos un buen susto con el gol de Llorente en el minuto 20 –un doble rechace que nació en un disparo de Susaeta-. Nos disponíamos a celebrarlo pero no hubo tiempo. Raúl, siempre letal, hizo el empate en el minuto siguiente.
En la primera mitad, el Athletic chocó contra una defensa contundente como un muro medieval. Se salvó la galopada de Llorente que acabó con un disparo desde el suelo -se marchó alto- y la jugada en que Muniain encontró el hueco para dejársela a De Marcos y éste sirvió un centro maravilloso al que no llegó el nuestro eterno referente del ataque, el de Rincón de Soto. Ellos asediaron a córners al Athletic.
Tras el descanso, y antes de la gloria, hicimos una breve incursión en el sentido del humor alemán. En perfecto castellano, su afición mostró una pancarta donde se leía: “Entradas a noventa euros. Un euro por minuto. El fútbol no es sexo teléfonico”. Ya se quejaron en Manchester por el precio de las entradas que envía el club.
Raúl en el Veltins Arena es un héroe. Se le aplauden hasta las carreras para recuperar un balón en defensa. Se corea su nombre a cada rato. Y no defraudó. Marcó también el segundo con una bonita volea en el minuto 59. Nos heló la sangre. Parecía que despertábamos del sueño. Pero volvió Llorente –nunca se había marchado- y empató con un memorable cabezazo. Y luego De Marcos puso en el luminoso las cifras que parpadeaban en Old Trafford. Y el Athletic, en su hermoso delirio, seguía al ataque. Gozó de ocasiones para golear. El Schalke, que creía aprendida la lección del Manchester, miraba incrédulo sus zarpazos consecutivos. Y Muniain hizo el cuarto (2-4). Se terminaron las palabras y estallaron los gritos. Un pie en la semifinal de la Europa League. Si todavía no ha sacado la bandera al balcón, hágalo ahora. Nos sobran los motivos. Más que nunca.