El Athletic ha conquistado esta noche Old Trafford. Con sus armas de siempre y con su juego de ahora. Con su afición entregada, enloquecida en la grada. Con esa mirada de genio loco que ponen los valientes en sus citas con la historia. Manchester ha caído a sus pies. Convencida calle a calle por la pasión desmedida de los miles de aficionados rojiblancos. Qué espectáculo. A excepción de la finales, ningún equipo de la liga española ha desplazado más aficionados en Europa. Y entregada al fútbol radiante, luminoso, desplegado por la escuadra de Bielsa.
El paso por Old Trafford se ha convertido en el sitio de Manchester. Un gol de Rooney fue la única alegría de los locales. El disparo de Chicharito lo detuvo Iraizoz pero nada pudo hacer con el remate a bocajarro de Rooney. Esos dos delanteros son letales. Fue una de las pocas ocasiones del Manchester en la primera mitad y les bastó para abrir el marcador. Muniain, con una bella vaselina sobre de Gea y más tarde Susaeta advirtieron a los británicos que quedaba mucho partido. Pero fue Llorente, al borde del descanso, quien desató la locura en la grada rojiblanca. Su testarazo a la red a pase de Susaeta entra en la historia con mayúsculas de un Club con mayúsculas.
Y es que el Athletic primero tuteó, como soñábamos, a una de las camisetas con más solera del mundo. Y luego se mostró superior en todos los terrenos, se quedó con el balón -los datos de posesión a mitad de partido rozaban la humillación-, desplegó su mayor contundencia en defensa, creó juego de un modo emocionante y creativo, asfixió a su rival, lo redujo y sacudió su meta hasta que pudo recoger el fruto. Mereció ganar. Mereció golear. Mereció el mayor premio en su cita con la historia. Fue De Marcos el encargado de certificar la victoria en nuestro impresionante paso por el ‘Teatro de los Sueños’.
Old Trafford enmudeció para escuchar los gritos del delirio rojiblanco. Cánticos de victoria. Yo estuve allí, pensarán muchos. Ni siquiera entonces, a veinte minutos de la gloria, se arredró el Athletic. Siempre al ataque, siempre jugando con criterio. De pronto, marcó Muniain y estalló el delirio. Ni siquiera importó que el Manchester recortara la ventaja de penalti dejando el definitivo 2-3. Ya nada importaba. La victoria era nuestra. Y la historia también.