Recuerdo que nos vimos caer por el precipicio. Nos visualizamos allá, dando patadas al aire, con pánico al descenso. No se podía empezar peor. Al gol que acababámos de recibir -la mala suerte golpeó otra vez en un defensa, Ocio- se sumaba ahora la segunda amarilla a uno de nuestros mejores centrales. Se nos olvidó de golpe el debate anterior al partido sobre quién jugaría de pivote y la alegría pasajera del levantamamiento de la sanción a Javi Martínez (la amarilla es más justa que la roja, en mi opinión). Recuerdo cómo nos miramos todos en uno de esos bares cualquiera donde ayer nos reunimos los más fieles.
Si algo estaba claro, es que las últimas rojas habían marcado nuestro destino. El último caso era un claro ejemplo: la roja -también a Ocio- en Pamplona. Pero esta vez no. Tras unos primeros instantes dubitativos, y reforzado atrás con Gurpegui, el Athletic hizo gala de su arrojo. Se puede ganar con diez, claro que sí (aunque los locales también acabaron con diez, sólo jugaron así los últimos minutos). Cuando uno busca la victoria de esta manera, se gana con diez. También hubo una pizca de fortuna. Toquero marcó el gol de su vida: un precioso y potente disparo desde fuera del área que se coló por la escuadra. Si aún no lo han visto, vayan a hacerlo. Los de Caparrós atacaban más y mejor y esa estadística quedaba reflejada en todos los datos ofrecidos por la retransmisión. Markel Susaeta dispuso de una ocasión inmejorable al borde del descanso, y el balón lamió el palo. También Yeste disfrutaría de una oportunidad de oro. Al final, tuvo que ser Llorente en una jugada impregnada de calidad y sangre fría.
Respira aliviado el Athletic, como quien acaba de despertar de una pesadilla. 37 puntos le sostienen en el puesto undécimo, a falta de los partidos de hoy (todos, menos el nuestro y el Real Madrid-Getafe). No está todo hecho pero es un paso de gigante. El domingo, una victoria puede resultar concluyente.