Podíamos haber rememorado ayer en San Mamés el partido del año pasado en Riazor, cuando medio Bilbao se abrazó con el otro medio tras lograr la permanencia en Primera. En tierras gallegas también fuimos un manojo de nervios pero ayer el equipo se mostró incluso más atenazado que hace un año, algo que sorprende porque aquel era el penúltimo partido de Liga. La expulsión de Capdevilla y Sarriegi en los minutos finales confirmó que el partido se había vuelto loco. Dos imágenes. El error de Aranzubia en una falta botada por Riki y el gol de Murillo en el que casi remata con la cara. El primero no supo detener un disparo centrado y hasta Mané ha tenido que reconocer que era un balón “fácil de parar”. El segundo marca su primer gol en 144 partidos y eso disputando la última parte de su carrera en el centro del campo. Acordaremos que no es un buen dato.
Por lo demás – y sobretodo por los demás-, desperdiciamos una oportunidad inmejorable para abrir brecha, para poner tierra de por medio con nuestros vecinos, que es una tradicional aspiración especialmente comprensible este año. La Real, a la que vemos hace meses como ‘la desahuciada’ – sobrenombre que en media Liga sólo le ha discutido, a golpe de deméritos, el Nástic- está a cuatro puntos. Y mientras nosotros viajamos a Zaragoza, a los donostiarras les toca medirse con el Celta (un partido para soñar con el empate). Sólo quedan cuatro partidos de Liga. ¿Han pensado en ello?