Sé que cuando un equipo va mal lo más fácil es mirar al banquillo y pedir la cabeza del entrenador. Es sabido que las directivas utilizan ese recurso último cuando no saben qué hacer para cambiar el rumbo un equipo desnortado. La clave que diferencia, en mi opinión, si el cambio en el banquillo es necesario está en que al equipo se le vea con suficiente capacidad de reacción o no. El de Sarriugarte apuntaba levemente maneras para la mejoría desde que comenzó la Liga aunque sin llegar cuajar ni en juego ni en resultados. El partido de ayer en Mallorca, con su tétrica primera parte, fue un nuevo paso atrás. Ante esa situación, que el técnico de Zaldibar reaccionara valorando los elementos positivos del partido no deja de ser por un lado natural y, por otro, un gesto de incapacidad. Suenan en ocasiones complacientes sus afirmaciones, como si la situación no fuera tan crítica -al menos matemáticamente- como la de la temporada pasada.

Hay que recordar que el Athletic cuajó una segunda vuelta el año pasado que le hubiera dejado en puestos de UEFA de extrapolarse al conjunto de la temporada, algo muy meritorio y al tiempo difícil de repetir. Las cuentas que nos garantizan la salvación obligan a decidir de manera inmediata y apostar con valentía. Creo que los repuntes vistos hasta ahora no son suficientes. No hay una línea clara de mejora. Creo que la directiva, si no lo ha hecho ya sin que trascienda, debe valorar ya la posibilidad de darle a Sarriugarte un ultimátum a corto plazo. No es que sea suya toda la culpa ni mucho menos. El debate debe ser si aún se confía en su carácter para manejar el vestuario en el difícil final de temporada que se nos avecina.