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El córner

León Benavente, la furia amigable que iluminó Intxaurrondo

Dudé si ir al concierto de León Benavente, no porque no supiera que el suyo es de los mejores directos que puede dar ahora mismo el rock español, sino porque todo no puede ser. Pero por casualidad me encontré en la mañana del sábado con Gregorio Gálvez, que se confesó inmediatamente fan total y versado, y me incitó a no perdérmelo. Como Gregorio, 40 años después del apogeo de Club 44, sigue siendo maestro que enseña, orienta y guía y, sobre todo, contagia pasión, fui a Intxaurrondo, cuando en la taquilla estaban con el cartel de ‘sold out’ entre manos. Antes habían actuado los donostiarras Pet Fennec pero lamentablemente no pude verles.

Y como vienen contando las crónicas durante el año largo que el cuarteto lleva de gira imparable, lo de León Benavente fue arrollador, eufórico, pasional, excitante, tan feroz como, sobre todo, amigable. Fue curiosa la división involuntaria, pero feliz, que un problema técnico ocasiónó en el concierto. En la primera parte, se confirmaron todas las bondades que proclamaba Gregorio: ese sonido con aroma a los 80, pero de un modo radicalmente distinto a lo que se suele definir como sonido de los 80. Y en absoluto mimético. Una cosa es que a veces te vengan a la cabeza The Psychedelic Furs o The Sound o Devo o Killing Joke, o en general lo que se dio en llamar post-punk en su vertiente más sofisticada y con adornos techno, o que cuando se sueltan la melena logren la energía de The Clash. O que la determinación y la altura artística de todo pueda medirse con la de unos Radio Futura, o que las intermitentes proclamas un poco surrealistas evoquen a las de Aviador Dro o que los fantásticos bajos de Eduardo Baos rescaten por todo lo alto el importantísimo papel que ese instrumento tuvo en los grupos de aquella época. Pero no hay nada de revival o nostalgia en León Benavente, solo una forma de hacer rock que es necesaria y perfectamente contemporánea y que no se adscribe a ningún estilo concreteo, solo denota una cultura musical importante y una personalidad propia como único faro.

Abraham Boba, con esa rara combinación de teclista y ‘frontman’ que no para quieto, tiene un sentido artístico que pocos cantantes poseen: en la forma de decir las letras tan trabajadas y sugerentes y a veces políticas sin partido; en la expresividad de los movimientos; en la perfecta combinación de sensibilidad, proclamación y furia. Cuando coge las maracas nos damos cuenta que comparte esa vis escénica con un Nick Cave; de nuevo, sin mimetismos.

Decíamos que hubo una primera parte, ya contundente e incontestable, con temas como Se mueve, Ánimo valiente, Revolución o Rey Ricardo. Hasta que hubo que interrumpir una canción, Estado provisional, que habían dedicado a Pedro San Martín, el bajista de La Buena Vida que falleció hace seis años, y que tenía tantos amigos en la música que son continuos los homenajes y recuerdos. Y, por cierto, uno le veía un considerable parecido físico a Abraham con Pedro: esos rizos medio canosos.

De pronto el equipo exterior no sonaba, el público hacía gestos o bramaba “¡que no se oye!”, y los técnicos recomendaron parar. Fueron cinco minutos de espera, y el cuarteto salió de nuevo en plan ‘os vais a enterar’. Arrolladores, implacables, contagiosos de una furia alegre y desbordante, enlazando sin descanso Gloria, Celebración y La palabra. Comunicación total con un público que se sabe buena parte de las letras, porque son complejas pero también tremedamente adictivas y sugerentes.

El funk de Maestros antiguos (“tengo la suerte de ser viejo”, canta Abraham: la reivindicación de una cierta edad frente a la imperante falsa juventud de hoy es otro de los activos de León Benavente) y de Aún no ha salido el sol fue otro ejemplo de cómo saben mantener la melodía y el refinamiento vocal y los matices de intensidad incluso cuando se ponen más brutalmente cañeros.

Y como estaban de celebración, por el año y pico que llevan de gira con su segundo álbum, porque había metido en Intxaurrondo más del doble de público que cuando tocaron hace tres años, porque estrenaban un equipo de luces que se gradeció mucho en unos tiempos en que pocos grupos cuidan ese aspecto (la austeridad económica, claro) y porque era el cumpleaños de dos de los componentes del equipo, nos regalaron la fabulosa versión que de vez en cuando hacen de Han caído los dos de Radio Futura, con la incorporación de dos de los técnicos de sonido a la guitarra y el teclado. Aquí está al completo.

El final fue apoteósico, con Abraham como un iluminado de nuevo bajando entre el público, y ejercitando ese contacto directo que tanto le gusta, tocando la nariz a unos, abrazando a otros, poniéndose cabeza con cabeza en plan carnero vacilón con el fotero. Y Ser brigada fue un himno colectivo, enloquecedor y feliz. Gregorio tenía razón, una vez más, y me ganó para la causa.

Por Jesús J. Hernández

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