San Mamés se confundió con el humo de los fuegos pirotécnicos y fue desapareciendo, poco a poco, en la bruma de la historia. Fue después de un paseo por su gastada pero buena memoria. Después de que leyendas como Iribar y Dani volvieran a vestirse las botas, llegaron a su césped las imágenes en vídeo de algunas de sus noches más célebres. Era un breve relato de su historia que recordaba los remiendos de un estadio centenario acostumbrado a reinventarse. Como una promesa cercana. La de una Catedral llamada a resurgir de sus cenizas después del verano.
Los gritos de “¡Athletic, Athletic!” de una afición siempre fiel le acompañaron en este viaje postrero. La música solemne del Agur Jaunak, que estremece al más templado. La voz de un niño que fue la de los 50.000 niños presentes. La voz de Bizkaia por un instante.
Luego se escucharon los cánticos eternos de nuestras gradas, la de Misericordia, la de Ingenieros. Y el contagio inevitable de las tribunas. También el guiño a Bielsa de una afición señorial. Pesaban más los 1.738 partidos juntos que el último resultado. “Athletic, beti zurekin” era ya un grito unánime. Y nadie quería o podía marcharse. Confundiéndose en la humareda, San Mamés penetró en el terreno de la historia. Se sintió como en casa. Siempre fue y seguirá siendo historia. Nuestra historia.