¿Qué más puede pasar en este equipo? Esa es la sensación que se respira entre los socios y la afición del Athletic después del verano más turbulento que se recuerda. Ayer por la mañana sonó el último aldabonazo. Una bronca de Bielsa a Llorente en el entrenamiento matinal que acabó con el delantero expulsado de la sesión preparatoria. Es una gota más que contribuye a diluir eso que hace décadas alguien tuvo a bien llamar nuestro estilo. ‘Gure estiloa’ era una amalgama de orgullos varios, tan difusos y a la vez indiscutibles como la siempre recurrente filosofía. Un cajón de sastre donde se mezclaban goleadas remotas y jugadores excepcionales con un señorío a la hora de actuar que debía compartir cualquiera que tomara asiento en La Catedral, no digamos ya si lo hacía en el sillón de Ibaigane o defendía la camiseta rojiblanca.
Así, uno no esperaba nunca encontrarse los trapos sucios del Athletic expuestos en el telediario. Para eso estaban el Barça y el Real Madrid con sus turbulentas negociaciones de fichajes, el Atlético y el Rayo con sus presidentes disparatados, las tormentas puntuales de otrora aspirantes al título como Dépor o Valencia. Broncas que nos sonaban a otra manera de hacer las cosas. Al final, nuestro estilo no era otra cosa que la suma de lo que no pasaba en el Athletic. Por eso, hay una creciente preocupación por la rapidez con que se está dilapidando ese legado. Tras una esperanzadora primavera, el verano ha resultado dramático. Tenemos expulsados en el entrenamiento, jugadores que piden a gritos cambiar de barco, entrenadores que se pegan con el encargado de las obras y saltadores de vallas en la madrugada de Lezama, entre otros. Es evidente que falta poner orden y eso siempre ha sido tarea del presidente, que se mantiene férreo en sus silencios. Ayer quizá debería haber mediado en una bronca que afecta al entrenador que decidió mantener a última hora y al delantero que no logró renovar. Un papelón. San Mamés dictó sentencia sobre el ‘caso Llorente’. Hubo algunos pitos y más aplausos. Es posible que Urrutia haya celebrado algún domingo no tener que saltar al césped para someterse, como antaño, al dictado de la afición. Lo suyo, ahora, es la asamblea de compromisarios, para la que faltan quince días. Cuando el barco hace agua, la tropa suele mirar al capitán y reclamar que tome las riendas. Algo tendrá que hacer.