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Paradojas de la vida

La vida contiene algunas paradojas. Los que tenían un billete para este viernes hacia El Cairo envidian ahora a los que han tenido que trabajar. La huelga encubierta de controladores nos ha dejado a muchos sin puente y con montañas de trabajo. Los que hace un par de días se enojaron con razón tras quedarse sin entrada para el derbi están casi frotándose las manos por no haber pagado cara la derrota. Hay más: que la Real y el Athletic marquen un gol por equipo no arroja un empate en el marcador. Y convertirse en el protagonista del derbi vasco puede ser un infierno. Así de extrañas son las cosas algunas veces.

Los nombres de muchos de ellos les resultarán cercanos y el desafortunado protagonista del derbi se apellida San José. Un balón le golpeó en la mano en el minuto 25 del derbi vasco. Hubo que repetir la pena máxima -por algún incierto motivo- para dejar constancia de que no son nuestro fuerte los penaltis. Esas cosas pasan. Menos frecuente resulta que el mismo jugador despeje el balón a la red de su portería, media hora más tarde, sin presión de un rival. Pero sucede. Y ahora todas las miradas escudriñarán a un jugador que no tuvo su día pero cuya actuación no explica por sí sola las carencias futbolísticas de las que hicieron gala, a partes iguales, Athletic y Real Sociedad.

Tienen fama los derbis de ser un coñazo. Son la patria del empate, el juego reservón y la gloria de un disparo lejano en los últimos minutos. En este caso, ni siquiera la emoción se sumó a la fiesta, salvo contadas excepciones. Griezmann desaprovechó en la primera mitad una clamorosa ocasión servida en bandeja por una alocada salida de Iraizoz. El realista, solo ante la meta rojiblanca, envió el balón al palo. Susaeta pudo empatar un minuto después pero cruzó demasiado el disparo y se marchó fuera.

Poco más memorable. La lluvia sempiterna de los derbis de antaño. El abrazo entre aficiones en la grada, que siempre se vive en la Parte Vieja y que unos pocos ensuciaron en Anoeta hace años. Sin duda, para los que nos sumamos muy jóvenes a la peregrinación de los derbis, este partido tiene algo especial. Es una cita ineludible, salvo causa mayor. Una reunión entre amigos y una inmejorable ocasión para ejercer el bilbainismo. Por eso duele la derrota, aunque nadie lo diga, a estas horas, mientras los autobuses de nuestra afición enfilan por la A-8 el camino de vuelta a casa.

Por Jesús J. Hernández

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diciembre 2010
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