Salí satisfecho de San Mamés. Mucho más que en los últimos tiempos. Y el 3-0 solamente formaba parte de la alegría general. Y es que al Athletic le dio el domingo por jugar al fútbol. Lo hizo con un motor que insufló savia nueva llamado Muniain, con un once contrastado y con muchas ganas de tocar el balón dese abajo y con criterio. Eran mimbres para la victoria y también para el disfrute, cosa a la que no nos tiene muy acostumbraos el equipo de Caparrós.
Poco pudimos ver del Getafe. Se hundió sin remedio tras el 2-0 marcado desde los nueve metros por San José tras un piscinazo de libro de Muniain. Si la semana pasada teníamos claro que un roce no es penalti, no deberíamos cambiar las normas ahora. También es cierto que la joven promesa rojiblanca padeció el castigo en la segunda mitad, cuando no le señalaron una posible pena máxima. Y también Llorente se vio envuelto en una jugada similar. Injusticias repartidas, digamos. O ley de la compensación.
Corría el minuto diez y el partido se había acabado. En gol de Iraola en el minuto 5 con un bello zapatazo y el tanto de penalti de San José eran demasiada condena para un Getafe preso de sus carencias. Y fue precisamente entonces cuando el Athletic se puso a carburar, a deleitarse con el balón, a jugar por las bandas, sin dejar de soltar en ningún momento un resultado que llevaba bien aferrado entre los dientes. Por si le quedaba alguna duda al Getafe, Iraizoz solventó con acierto y gran seguridad los dos únicos apuros en que le pusieron los visitantes. Y llegó el tercer gol ya en las postrimerías del encuentro, justo premio para un Gabilondo que está en plena forma. Por cierto, y todo ello pasado por agua. Vamos, un clásico de San Mamés.