Lo que nos ha pasado hoy es increíble. ¿No están de acuerdo?
No sé qué pitó el colegiado en el minuto 13. También ignoro por qué se le ocurrió señalarlo con el balón ya en la red, tras un espléndido cabezazo de Javi Martínez. Y no antes, cuando se produjo la supuesta falta de Toquero. Cuatro minutos después, mi estupor buscó fronteras desconocidas. Volvió a pitar tarde el señor Estrada Fernández un posible fuera de juego de Toquero, que ya había acabado en gol. Dos goles anulados en cuatro minutos.
No perdió la cabeza el Athletic y tiene su mérito con un arbitraje así. Lo mejor era que los rojiblancos, pese a los dos jarros de agua fría que empapaban su camiseta, seguían creando buenas ocasiones, tocando el balón, empleando las bandas y buscando la cabeza letal de Llorente. Esa impresión había dado el equipo desde el comienzo, volcado al ataque desde el primer minuto, de un modo similar a como recibió siete días antes al Real Madrid. Hasta desperdició una idéntica y doble oportunidad en los primeros compases del choque, que en este caso pasó por las testas de Llorente e Iraola.
Acabó como empezó la primera mitad. Al borde del descanso, Aranzubia se lanzó como un gato y metió el guante junto a su poste izquierdo. Un paradón. El Athletic se marchó al descanso mereciendo mucho más pero sin haber podido romper el empate. El Dépor no había existido.
El partido de la mala suerte escogió su nombre en el minuto tres de la segunda parte. Nadie tenía motivos para celebrar el gol que abría el marcador. Bastaba ver a Lotina llevándose las manos a la cara. Hacía temer lo peor la torsión de la pierna de Filipe, que acababa de anotar el tanto. Ya en lo que nos toca, pueden echar cuentas: era la primera ocasión clara del Dépor y en la segunda marcarían otro gol. Efectividad 100%. En la del minuto 60 del suplicio en que se estaba convirtiendo el partido, un rebote en un defensa ayudó al balón a colarse por la escuadra. Para frotarse los ojos y no parar.
La primera tarjeta del choque llegó a 25 minutos del final. Y cómo no, se la llevó uno vestido a rayas rojas y blancas. No es broma que, para Javi Martinez, era la quinta amarilla y acarreaba suspensión. A mí, a esas alturas del infernal partido, ya no me sorprendía nada. A San José le sucedería lo mismo poco después, con otra sanción por idéntico motivo.
De pronto, Colotto marcó gol en propia puerta y pensamos que quizá el viento cambiara de una maldita vez. Poco después Toquero caía en el área en lo que parecía un penalti por derribo de Aranzubia. La repetición desveló que el meta tocaba el balón. No hubo suerte y perdonen la reiteración. Qué decir del tercer gol deportivista: debió ser una suerte de recochineo del destino. Lo mejor que podía suceder es que acabara el encuentro, marcharse al vestuario y esperar a que sonase el despertador que nos sacara de aquel mal sueño. No sonó. Ni en eso hubo suerte en Riazor.