La del sábado fue una de aquellas noches. Un partido de los que uno guarda celosamente en la memoria. Un choque para reconciliarse con el equipo y olvidar los tiempos duros ya pasados. Un día repleto de lucha y sufrimiento hasta el pitido final. Marcó muy pronto el Athletic. Corría el minuto 2 cuando Llorente envió el balón a la red y desató el delirio en la grada. En dos minutos -antes Gurpegui ya había mostrado con un palo que el Athletic había salido a por el partido- la afición daba por bueno el paso por taquilla. Pero un auténtico abismo temporal separaba todavía a los de Caparrós de la victoria. Su fortín se cimentó en un brillantísimo Gorka Iraizoz. Suyos son parte de los tres puntos logrados. Con Benzema, con Ronaldo, por arriba y por abajo, el meta rojiblanco demostró su calidad. El orden en defensa -donde destacó Iraola- y una compenetración creciente de este bloque hizo lo demás. Yeste fue otro de los grandes protagonistas del choque y recibió su merecida ovación al trabajo y a su buen criterio con el balón.
El Real Madrid tiró de Guti para revolucionar el partido y no le salió mal. Imprimió ritmo a la presión blanca. González Vázquez tampoco nos puso las cosas fáciles. Se tragó un claro penalti por derribo a Llorente y expulsó a Gurpegui. La baza bilbaína para el clásico era bien conocida. Un San Mamés que se comprometió pronto con la hazaña que estaba por llegar: frenar al gran equipo que Pellegrini plantó en San Mamés. Los cánticos que acompañaron a los leones en el camino hacia la victoria resonason hasta altas horas de la madrugada. El domingo se convirtieron en un plácido café bien cargado de orgullo y hoy, en una sonrisa en el trabajo. Los aficionados del Athletic hemos vuelto a vivir una de aquellas noches en las que el Athletic se tuteaba con los gigantes. Y no forma parte del pasado sino del presente más reciente. Todo un orgullo. Enhorabuena, Athletic.