La primera parte acabó pronto. No teníamos apenas apuntados en la libreta más que un par de disparos al palo, uno por equipo. Qué bien lo resume Jon Agiriano en su crónica de hoy: “Cualquier día saldrá al campo (el Athletic) y sonará la sirena de una fábrica”. Mucho trabajo y poca vistosidad, en pocas palabras.

Mejoró la tarde en la segunda mitad. El gol del Málaga, un balón peinado por Weligton a la red, despertó al Athletic. Acababa de salir al campo David López para suplir a un Iraola indispuesto. Los primeros avisos de los de caparrós no se hicieron esperar. Susaeta golpeó de volea un balón que rebotaba con fuerza: a la grada. Luego, Javi Martínez se sumó al concierto. Comenzó a flojear el choque por la falta de acierto rojiblanco y la escasa ambición de los locales. Hasta que Iván González agarró a Llorente dentro del área para evitar su remate. Pérez Burrull señaló el punto menos fatídico. Desde los nueve metros, Llorente disparó con fuerza y dobló las manos de Munúa. A la red. Quizá el empate sea justo pero yo tengo la sensación de que, hasta los últimos diez minutos, sólo podía ganar el Málaga.

El empate nos deja octavos, a tres puntos de la UEFA. Y a la espera de la visita -el sábado- del Real Madrid en la cuesta de enero -deportiva, y económica por aquello de los días del club-. Cuidado con la nieve y el hielo, que también son blancos.