Ayer, el fútbol volvió a sumirse en la vergüenza más profunda. Los ultras dinamitaron el partido entre el Austria de Viena y el Athletic en un ejercicio inusitado de violencia gratuita. Ojalá que el lamentable espectáculo de ayer fuera parte de los estertores de una especie en vías de extinción. Avergüenza a cualquiera esa masa desideologizada -no se dejen engañar por las apariencias, su única bandera sigue siendo la provocación, como el prolegómeno necesario de su único fin: la bronca y la agresión-. En San Mamés, pudimos ver su parafernalia provocativa -y las conexiones internacionales de estos grupos, que deberían ser investigadas- sin mayores consecuencias. En Viena lograron detener el partido por dos veces. La primera por el lanzamiento masivo de bengalas; y la segunda, y más increíble, por una invasión de campo en la que la seguridad del estadio demostró no estar suficientemente preparada. Pronto sabremos la sanción -espero que ejemplarizante- del Austria de Viena. Y no comprendo la decisión de reanudar el choque. Sólo queda preguntarse: ¿Qué hay que hacer para que se suspenda un partido en Europa?
En lo poco y mal que se puedo jugar en ese ambiente detestable, el Austria de Viena confirmó la imagen ofrecida en el partido de ida. Un equipo sin chispa y escaso de fútbol. En el minuto 20, Yeste botó una falta lejana que se fue envenenando en el aire. El balón se desplomó a conciencia poco antes de rebotar en el larguero. Segundos depués -en la misma jugada-, era San José el que hacía sonar la madera con un cabezazo rotundo. Y a la tercera, la vencida. Llorente recibió el rebote, levantó la cabeza y no dudó. En algunos bares no sabían todavía quién era quién (el Athletic vestía su segunda equipación -azul y blanca- y el Austria de Viena la primera, con su característico color morado) cuando el equipo de Caparrós ya estaba ganando. Y le bastaba un empate para pasar de ronda.
Los locales reaccionaron tras el gol, como un invitado molesto al que todavía no se le ha permitido decir nada. Acecharon la puerta de Iraizoz con varios disparos lejanos. A los 35 minutos, Acimovic hacía que el balón pasara lamiendo el palo tras un gran tiro de falta. Era la tercera ocasión consecutiva que caía en la misma cesta. Pronto, el Austria se fue diluyendo y desapareció del terreno de juego tras el segundo gol rojiblanco -firmado por Mikel San José de un potente trallazo que golpeó previamente en el larguero-. Ahí se acabó su fútbol.
Transcurrida más de media hora de parón -momento de gloria de los energúmenos-, el Athletic acumuló ocasiones para haber goleado a su rival. Derrochó generosidad con un ojo en la convulsa grada. A diez minutos del final, Llorente remató la faena ante la maltrecha defensa austriaca. 3-0 y el pase a dieciseisavos. Y uno de los peores espectáculos vividos en los últimos años sobre un terreno de juego.