Si usted no ha podido acudir hoy a San Mamés se ha perdido una buena primera parte y un segundo tiempo de sufrimiento agónico. El 1-0 final (golazo de cabeza de Javi Martínez) es el mejor premio posible y un tanto imprevisible. Y es que ese segundo periodo con el equipo encerrado atrás era una suerte de inmolación que tiene funestos resultados nueve de cada diez veces. Dos palos -la cruceta y el tiro excepcional que golpeó contra la cespa del poste- y una buena dosis de suerte han salvado hoy al equipo de Caparrós. Y quizá, en parte, al propio entrenador.
Pero esos últimos 45 minutos no deben hacernos olvidar que durante la primera mitad el Athletic logró controlar al Atlético de Forlán y Agüero. Bien plantado en el campo, supo mover el balón, creó peligro, luchó sin medida. Tras el descanso, el Athletic fue la antítesis de sí mismo. No sé si la causa era física -el cansancio- o de otro orden. Pero resultó sorprendente ver un cambio tan abismal con los mismos proptagonistas en el terreno de juego. Acertó esta vez Caparrós con los cambios, en mi opinión. El juego de Orbaiz merecía que regresara al banquillo. También Iraola debió seguir el mismo camino. Destacó Ustaritz, que va creciendo y eso es siempre un motivo de alegría. ¿El peor? El árbitro, sin duda, que no quiso señalar un claro penalti que condicionó el partido (el derribo de Toquero). Al final, muchos resoplidos en la grada y un 1-0 en el bolsillo. “Como un parto”, resumía el socio de mi derecha. Sin duda.