Son varios los que han alzado la voz en las últimas semanas para mostrar su opinión sobre ese tabú histórico denominado ‘la filosofía del Athletic’. Es un tema delicado éste, al que la mayoría nos acercamos con cierta cautela por ese extraño respeto que infunden las cosas añejas. Nunca he defendido la tradición como un valor en sí. Las costumbres no son buenas o dejan de serlo porque la historia las refrende. Lo son porque, sin entrar en otras implicaciones morales, satisfacen los gustos y necesidades de quienes las mantienen.
Lo que resulta inapelable, defendamos o no cambios en la filosofía, es que estamos en un momento óptimo para abrir ese enjundioso debate. En primer lugar, porque esta misma semana concluye la Liga y lo hace además, con el Athletic en un puesto cómodo. Acaba el año como subcampeón de Copa y clasificado para la UEFA. Además, no quedan lejos los tiempos -ese bienio o trienio negro- en que el equipo tuvo que batallar lo indecible para salvar la categoría. Vivimos tiempos tranquilos pero tenemos memoria reciente de lo que hemos sufrido. Buen momento para reflexionar.
Esos dos extremos -la final de Copa y la permanencia- marcan las cotas en las que, de no variar nada, se moverá nuestro club en los próximos años. Puede aspirar a volver a una final copera, a ganar ese título y también a clasificarse para Europa pero se antoja francamente utópico que una plantilla limitada y escasa de número pueda atender a las exigencias de una competición como la UEFA o incluso la Liga. Es posible, incluso, que este equipo, inmerso en cuatro competiciones -tres, en realidad, porque la Supercopa se solventará en un par de partidos-, pueda pasar mayores aprietos el año que viene. Los refuerzos anunciados –De Cerio, Herrera y San José; yo creo que finalmente también vendrá Berchiche– servirán para cimentar un bloque que puede favorecerse de jugar compenetrado. Pero que se mueve entre los objetivos mencionados y las premuras conocidas. No hay en el horizonte posibles fichajes de calidad sin hacer saltar la caja de Ibaigane.
El compañero de EL CORREO Jon Agiriano y el adjunto a la dirección de Marca Santiago Segurola han apostado recientemente -como ya hicieran tiempo atrás- por una cantera global. Es decir: dejemos de mirar el DNI y vayamos a la esencia de esa tradición que mantiene el Athletic. Somos un club que juega con gente de cantera, formada aquí. Busquemos a chavales muy jóvenes -hayan nacido donde hayan nacido- y démosles formación en Lezama. Comparto esa opinión y sólo me plantea dudas dónde debe situarse esa barrera de la edad. Un jugador que llega a Lezama con 12 años es objetivamente un jugador de cantera. ¿Pero si lo hace con 17? ¿Y si tarda cuatro meses en llegar al primer equipo? Este modelo supondría un avance pero no el final de nuestras penurias futbolísticas porque el jugador, el adolescente, puede cambiar completamente -evolucionar o involucionar- en esos tramos de edad, complicando la selección. Lo que se debería discutir de esta idea planteada por Agiriano y Segurola, y que yo comparto, es cuál es ese límite de edad que nos permitirá hablar de club de cantera. Puede ser una oportunidad acorde con nuestra mentalidad del fútbol base y con el tiempo que vivimos, si cuenta con el apoyo de la mayoría de los socios.
Y ésa es otra de las claves. Sea cual sea el proyecto elegido, cualquier cambio debería ser refrendado por la mayoría de los socios. Incluso, para evitar la fractura en la masa social sería deseable que cualquier modificación de la filosofía no venga forzada por una mayoría simple -ese recurso del ‘mitad más uno’- sino que se sustente en un acuerdo que goce de un espectro mayor. Ésta es quizá mi mayor premisa en el debate de los posibles cambios de filosofía del club y deberían tenerla en cuenta quienes apoyen -legítimamente-, la segunda opción: el fichaje de extranjeros de cualquier edad. Aquí es importante evitar falsos paralelismos con clubs que manejan presupuestos que nada tienen que ver con el nuestro. Si se opta por abrir las puertas del mercado totalmente, seguiremos sin fichar a los primeros espadas (por el mismo motivo -el económico- que no fichamos ahora a Xabi Alonso, por citar un caso).
Quienes respaldan la tercera posibilidad -que todo se quede como está– deberían tener muy en cuenta el peligro de flexibilizar ese límite, como ha sucedido hasta nuestros días con los mojones de la actual filosofía. Si se decidiera mantenerla, considero inaplazable aclarar los puntos de la filosofía del Athletic. En los últimos tiempos, la escasez del mercado ha obligado a jugar con sus lindes, a diluirla de algún modo, a hacerla más confusa. A desfigurarla, en definitiva. Cualquier fichaje se expone al análisis de unos parámetros que, además, nadie tendrá del todo claros salvo que se encuentre, en un cajón perdido de Ibaigane, el legajo centenario que en diez puntos nos resuma sus fundamentos. Da la sensación de que cada junta directiva interpreta a su antojo la filosofía y sitúa sus márgenes donde más le conviene. Esos bandazos resultan perjudiciales para que pueda ser comprendida por los propios y admirada por los extraños. Urge clarificarla.
A la postre, y en mi opinión, el Athletic se caracteriza por ser un club centenario, de cantera, que juega con gente de la tierra. El propio siglo XX nos ha enseñado que quienes vienen aquí, a vivir y a trabajar con nosotros, quedan comprendidos perfectamente en esa definición. No por ello dejaremos de ser ese histórico club de cantera que nunca ha bajado a Segunda.