La decepción por el 2-1 tiene mucho de inesperada. Es decir, el enfado con que el lector se va a la cama es proporcional a la magnitud de ‘las cuentas de la lechera’ que hizo en el descanso. Se comprende por ese 0-1 en el que, quien más y quien menos, se frotaba los ojos y gritaba en los bares (porque el partido de ida de una semifinal hay que verla en el bar, codo a codo con los amigos, aunque la den por la tele). Esto no ha acabado. “Si logramos marcar allí, me vale casi todo”, le decía a un amigo hace unos días. Y lo mantengo. No es mal resultado. Un pobre 1-0 en San Mamés nos da el pase a la final.

Comenzó tarde el espectáculo por la fuerte tormenta y quedó ensombrecido por un terreno de juego poco practicable. Ha sido un partido con muchas caras. La del Athletic en la primera parte, suelto y con ganas de hincarle el diente a la eliminatoria. La de un Sevilla arrollador en la segunda mitad. La de Yeste y David López, que demostraron que les sobra calidad. La de Llorente tras el gol que abrió el marcador. La de Ion Vélez cuando su disparo lejano se marchó por encima del larguero o después de mandar fuera un fuerte ‘pase de la muerte’ con el 0-1. Pero el rostro del partido quizá sea el de Iraizoz tras detener el rechace del penalti (en una jugada ilegal porque no puede tocar dos veces el mismo jugador el balón sin intervención de un rival). Tras esa pena máxima despertó el Athletic de un mal sueño encerrado en su campo. Manifestó sus ansias de hacerse de nuevo con el ritmo del partido ante un Sevilla pletórico en el que destacaba Navas.

Luego llegó la mala suerte. El 2-1 en el descuento. El desánimo. Sin embargo, mañana, al primer café del día, quizá nos dé por recordar que nos basta un 1-0 en San Mamés para tomar el tren a la final más de 25 años después. No está tan caro el billete. Queda mucha semifinal.

(Nota posterior: Así lo han visto otros tres bloggers: ‘La final es posible ‘, ‘Derrota en la batalla del Nervión‘ y ‘Vengo del Sánchez Pizjuán‘)