Llegábamos al primer partido del año con el gol de Aduriz en la retina -esa galopada tan bien culminada con una espectacular vaselina-, con ansias de sumar de tres en tres, haciendo cábalas sobre dónde estaríamos de hacernos con la victoria ante los de Mané (seríamos décimos con dos puntos más). El primer cuarto de hora fue un despliegue de ímpetu que dejó noqueado al Espanyol. Tras disparar contra la cruceta, todo apuntaba a un partido de raza, de esos que acaban en victoria. Sin embargo, el equipo perdió ritmo y pareció desentenderse del choque hasta que recibió el gol de Moisés Hurtado, que peinó un balón en el primer palo en un córner (tras el descanso, una jugada similar pudo costarnos otro tanto).
Las continuas faltas señaladas por el árbitro -demasiado riguroso, desacertado y que inexplicablemente no vio un derribo en el área de Llorente perpetrado por varios rivales- acabaron por romper el partido. El Espanyol sólo tenía una idea en la mente: detener a Llorente. Lo hizo a la perfección. Me preocupa, como dije hace semanas, que nuestro juego tenga un único referente. Somos muy previsibles.
El descanso sirvió para comprobar que varios urinarios del estadio se han visto afectados por el efecto de la onda expansiva del atentado de ETA en Nochevieja. Fuentes del club confirmaron que estaban cerrados por este motivo uno de los servicios de la tribuna principal alta y alguno del fondo norte. Desde aquí, aprovecho la ocasión para mostrar mi sincera solidaridad con los trabajadores de EITB y el resto de medios afectados.
En la segunda parte el partido estaba cuesta arriba. El Espanyol se dedicaba a perder el tiempo (en varias ocasiones de manera inadmisible) y el Athletic no encontraba el modo de hacer circular el balón. Entonces llegó la lesión de Orbaiz. El navarro tuvo que salir en camilla, sin una bota, fuertemente vendado y con claros gestos de dolor. Me dicen los que le han visto salir del estadio que caminaba con muletas y sin apoyar el pie en el suelo. Mala pinta, a falta de más datos.
Todavía estaban los servicios médicos trasladando a Orbaiz camino del vestuario cuando San Mamés estalló en un estruendo tras ver a Iraola rematar de chilena a la red. Quedaban diez minutos para la épica. En lugar de eso, Gurpegui se enzarzó en una trifulca fruto de los nervios. Se equivocaba. La tarjeta amarilla a Kameni, meta del Espanyol, no compensa aquellos minutos valiosos que arañó al cronómetro. El árbitro -¿he dicho ya lo mal que lo hizo?- pitaba el final. El Athletic no ha perdido en casa desde la novena jornada. El infierno queda a seis puntos. Ahora toca pensar en la Copa. Los más optimistas ya han reservado un lugar en la final.