Nos recuerda estos días un anuncio publicitario que Einstein creía que había dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, pero mantenía ciertas dudas sobre lo primero. El capítulo de ayer en Sevilla es una muestra de ello. Un solo idiota logró suspender el partido que jugaban Betis y Athletic con un brutal lanzamiento de una botella de agua que impactó en la cara de Armando, el meta rojiblanco. Qué lástima que un idiota pueda ensombrecer un espectáculo al que asisten decenas de miles de personas. La vergüenza tiene muchas caras y va por barrios. Ayer les tocó a los béticos pero la siente cualquier aficionado al fútbol cuando ve a un energúmeno envuelto en sus colores agrediendo a otro. Queda saber si el comité decretará la victoria o habrá que sudarla en 20 minutos que previsiblemente se jugarían a puerta cerrada. Sería lógico un castigo para un estadio reincidente: no se nos ha olvidado aún el botellazo a Juande Ramos.
Hasta el grave incidente -bien resuelto con la suspensión, habida cuenta de la gravedad del hecho y de que Caparrós no tenía más cambios-, el partido nos había dejado buenas noticias. El gesto resosutivo y templado de Yeste en el primer gol, la astucia de Etxeberria en el área, la profesionalidad de David López en los dos lanzamientos de penalti -¿somos el único equipo al que a menudo le obligan a repetir este tipo de faltas?-, y la imagen de un equipo, en definitiva, que mostró su mejor cara en tierras hispaleneses. Sólo flojeó algo Del Horno en su regreso y erraron los de Caparrós en el precipitado libre indirecto en el área. Lo mejor es la cercanía de una victoria que quizá -posiblemente- tengamos que asegurar en un largo cuarto de hora. Son tres puntos que nos ponen a tiro la línea de la salvación. Si hay que que jugar lo que resta, que sea pronto. Las cuentas cambian de cara en esta peleada Liga con una victoria más.