El partido de ayer en Pamplona fue visto y no visto en sus dos acepciones. Por un lado, la gruesa niebla dificultó terriblemente vislumbrar lo que sucedía en el Reyno de Navarra y, por otro, la victoria se decidió rápidamente: volaron los tres puntos en dos minutos. La falta botada por Dady, que abría el marcador, contó con una doble colaboración: la falta de visibilidad del portero y el hecho de que el balón golpease en
El segundo tanto fue fruto del despiste general que rodea a los de Caparrós en los instantes posteriores a recibir un gol. Dos minutos antes, el partido parecía abierto a cualquier posibilidad y dos después, se antojaba sentenciado. Porque el Athletic mostró una vez más su reducida capacidad de reacción. En total, si me apuran, fueron diez minutos fatales que se iniciaron con la expulsión de Yeste. Fue el comienzo del fin aunque no debería haber sido el motivo del fin. Una vez más, ronda la idea de la falta de bravura del equipo para combatir la adversidad, ya sea un gol o la expulsión de un jugador clave. El basauritarra perdió los papeles y se enzarzó en una riña inútil y aparente en
Se rompe así lo que parecía el comienzo de una buena racha que inundaba Liga y Copa pero sin convicción. No habrá demasiado tiempo – quizá por fortuna- para pensar en ello. El miércoles vuelve una Copa que puede devolvernos el orgullo. No soy de los que opina que hay que dejarla pasar. El primer partido de la segunda vuelta es pronto para preocuparnos por el ‘goal average’ que han ganado los navarros.