Cualquiera que dedique la mañana de hoy a verter críticas sobre el árbitro de ayer será acusado, seguramente, de ceguera parcial, como si olvidáramos que el Athletic jugó un mal partido. Me arriesgaré. Porque lo cierto es que Álvarez Izquierdo hizo todo lo que pudo para entorpecer la velada de ayer. Qué lamentable arbitraje. El colegiado se pasó toda la primera parte obviando las faltas de la defensa murciana. Apuntaba maneras para convertirse en uno de esos colegiados torpes que hemos padecido últimamente en San Mamés que, sin resultar determinantes, denotan cierta parcialidad.

Cuando se dignó a señalar una de las innumerables faltas sobre Llorente al borde del área, llegó el penalti clamoroso del Murcia. Orbaiz nos recordó que seguimos sin tener un lanzador desde el punto fatídico –buena muestra de la confianza de este equipo- y Koikili arregló el desaguisado en el día de su cumpleaños. No podía acabar mejor la primera parte, y no podría empezar peor la siguiente. Álvarez Izquierdo, insatisfecho todavía con el protagonismo alcanzado, señaló un incomprensible penalti después de que Ocio apoyara su mano sobre el hombro de Abel. Ahí desapareció el Athletic. No es que hubiera jugado una buena primera parte, pero en la segunda se hundió. Expósito dilapidó la confianza mostrada en los primeros 45 minutos, el centro del campo desapareció –especialmente Yeste y Gabilondo- y comenzaron los errores defensivos. El Murcia pudo haber goleado en el segundo periodo. Los de Lucas Alcaraz golpearon la cruceta tras un mal despeje de Aranzubia – que poco después salvó una ocasión clara en un remate a saque de córner-, rozaron el palo con dos tiros cruzados, y fallaron sobre la línea de gol cuando era más fácil marcar. Tras la expulsión de Ocio, San Mamés pidió la hora.

En ataque, el Athletic no había existido. Llorente mostró una falta de ideas preocupante en los numerosos balones de que dispuso. El cambio de Aduriz por Etxeberria no mejoró las cosas. Acabó echándole ganas el joven Susaeta, pero sin suerte. Cuando sonó el final, fue casi un alivio. El árbitro recibió su merecida pitada. No era -se rumoreaba- el único responsable.