Pudo haber ganado cualquiera. Y admitamos que, cuando se trata de un Athletic-Real Madrid, tutear al rival no es poco. Los de Caparrós volvieron a enfrentar el partido con arrestos y dejaron satisfecha a una afición que les despidió con aplausos. Hubo ocasiones claras, como en la que Iraola se plantó sólo ante Casillas o aquella en la que Llorente lamió el palo con un disparo cruzado. El Madrid, confiado en su calidad, controló el partido y no se dejó llevar por la ansiedad de romper el marcador. Esperaban los de Schuster un golpe de acierto, que llegó en un disparo fuerte de Van Nistelrooy que Aranzubia no acertó a despejar.

Remontar esa ventaja resultaba muy complicado pero el Athletic no desesperó. Lo siguió intentando, que es lo que le reclama últimamente La Catedral. A veces era todo corazón, como cuando nuestro guardameta salió a rematar un córner en las postrimerías del partido. Ese órgano era el auténtico fuelle en el que se apoyó el Athletic durante todo el choque, algo desorientado el equipo por algunos cambios de su técnico. Ustaritz llegó a jugar en el centro del campo y David López no se adaptó mal a la banda izquierda. Iraola entró más en juego pero Yeste parecía mirar a los lados como si no conociese a sus inesperados compañeros de reparto. Hasta Amorebieta y Koikili se volcaron en ataque. Con todo, la prueba ante el líder valió para ahondar en la idea de que este equipo puede ganar a cualquier rival. Ya digo que no es poco. Vamos olvidando, poco a poco, ese desierto de dónde venimos.