Hemos tenido que esperar ocho partidos para ver al Athletic sintiéndose cómodo en el campo. Ayudó el Valladolid de Mendilibar, que se mostró en la primera parte como un rival sin pólvora ofensiva. Ayer, al fin, vimos a un Athletic que se gustaba con el balón, y que exhibía cierto desparpajo desconocido hasta entonces. Aduriz, singularmente motivado por su regreso a Pucela, abrió el marcador con un gol imposible desde la línea de fondo, cayéndose, casi sin ángulo y por debajo de las piernas de Butelle. Toda una cuestión de fe. Encantado con su nuevo ‘yo’ redescubierto, el delantero firmó un cabezazo de libro, marcando los tiempos, para establecer el 2-0. Poco después llegó lo que suele suceder cuando al Athletic todo se le pone de cara. Un gol en contra. Afortunadamente, el árbitro decidió tirar de esa extraña ley de la compensación -no había señalado un penalti sobre Etxeberria- y lo anuló.
En la segunda parte, especialmente tras el gol de penalti de los pucelanos, el Athletic se replegó en exceso. Perdió la tranquilidad, volvió a olvidarse de matar el partido y acabó alocadamente despejando balones sin sentido. Se difuminaba ese Athletic que habíamos visto poco antes: valiente, ofensivo, ordenado. La segunda victoria de la temporada se hizo esperar demasiado. Pero la cosa mejora. Además de los tres puntos conseguidos, ahora sabemos, como intuíamos, que podemos jugar mejor.