Tras el derrumbe del Athletic ante Osasuna del pasado sábado, no caben dudas sobre que el equipo atraviesa los peores tiempos de su historia. Por la crisis institucional que arrastra, por la situación clasificatoria, por el lamentable juego desplegado hasta ahora culminado con el partido ante Osasuna y también por síntomas graves de cansancio en la afición, algunos mostrados cívicamente en forma de pitada y desfile de la grada y otros como los hechos acaecidos a las puertas de San Mamés que acabaron, como es sabido, en una carga policial.

Dan ganas de no hablar mucho de ese partido ante Osasuna. Obviar que perdimos ante un equipo que ni siquiera tuvo que forzarse para endosarnos tres goles. Olvidar que el fútbol se ha acabado en nuestro campo y que sólo resta una suerte de pundonor descontrolado, en rachas cuya virulencia sufre fuertes variaciones. Pero creo que es bueno que, pese a la dureza que requiere el análisis del partido y de la situación, hagamos un esfuerzo por mirar hacia adelante.

La Segunda División ya no es un pánico lejano. Es una batalla que seguramente acabarán librando Celta, Levante y Athletic y en la que seguramente los dos últimos se jugarán la permanencia en San Mamés en el último partido, porque dudo de que ninguno sea capaz de sacarle al otro más de tres puntos de diferencia. Por primera vez, es posible que el Athletic se juegue a una sola carta el orgullo de ser uno de esos tres equipos que nunca han bajado. Si no se desmorona el Levante, no queda otra.

Para nuestro equipo, el parón, digamos lo que digamos, no puede venir en peor momento. Quince días para darle vueltas a este desastre. Pero hay que aprovecharlos para rearmarse, para recuperar la concentración y un mínimo de templanza. El Athletic que queremos ha tocado fondo. Pero sigue siendo el Athletic. Si da la batalla hasta el último aliento, sé que logrará la permanencia.