Tengo que confesarlo. Me apasiona la Copa. Y más ahora que en dieciseisavos de final se ha recuperado el formato de ida y vuelta. Es un homenaje a la esencia del fútbol, al enfrentamiento cara a cara en el que sólo uno de los dos equipos pasa la eliminatoria. Las dos semanas que pasan los equipos con un resultado en la cabeza y 90 minutos por delante. El desafío de darle la vuelta al marcador en tierras lejanas. La estrategia del valor de los goles en campo ajeno, la tensión disparada de las prórrogas, la locura de los penaltis.

Sí. Comprendo a los que dicen que este trofeo está devaluado y que no le dan renombre los equipos que se han alzado con la Copa en los últimos años. Pero eso también, creo vagamente recordar, también es el fútbol. Y por si todo esto fuera poco, es nuestro torneo. El trofeo del Athletic. Al que debe aspirar cada año. En el viejo debate lo tengo claro. Prefiero ver jugar al Athletic una semifinal de Copa a que se clasifique para la UEFA.

Hoy, volvamos a la Tierra, hemos sabido que nuestro primer rival será el Mallorca. La ida se jugará el 25 de octubre en San Mamés y la vuelta el 8 de noviembre. No es que hayamos tenido buena suerte. El partido de vuelta será fuera y el rival es un ‘Primera’ que marcha en mitad de la tabla. Los de siempre han sido más afortunados: Real Madrid con el Écija, Barcelona con el Badalona y Valencia con el Portuense. Eso de los emparejamientos por proximidad es posiblemente lo único que no me gusta de la Copa.