La defensa del Athletic tiene este domingo una prueba de fuerza: Oli. A
sus 33 años, este asturiano de pedernal, bajito y cabezón, al que sus
padres bautizaron con unos de esos nombres tremendos que es obligado
comprimir o desterrar para llevarlos por la vida, sigue dando lecciones
de profesionalidad en el Cádiz. Antes lo hizo en el Oviedo y en el
Betis. Desde luego, no hablamos de un futbolista exquisito. Hablamos de
un jugador listo, de un goleador instintivo y, sobre todo, de uno de
esos tipos enteros con los que uno se va a cualquier trinchera. Los
jugadores de Mendilibar no sólo harán bien en vigilarle, de forma que
Oli no nos la líe como ya ha hecho en más de una ocasión. En estos
momentos de crisis, cuando la primera tentación de los jugadores es
quitarse del medio, los rojiblancos deberían también aprender de su
actitud en el campo, siempre tirando del carro, siempre el primer
voluntario para que le partan la cara por el bien del equipo. Un
ejemplo.