La verdad es que me he resistido a entrar en este tema. Pero pasan los días y sigue sin aparecer el cuerpo de Marta del Castillo, la joven sevillana a la que unos jovenzuelos desalmados arrancaron la vida después de cometer con ella una serie de tropelías. La búsqueda de su cuerpo mutilado sigue, pero comienza a cundir el desánimo entre los responsables de la investigación.

Tiene que ser un verdadero calvario lo que están viviendo los padres y familiares de la joven asesinada. Me siento incapaz de meterme en su piel y tratar de comprender la angustia que deben sentir en esos domicilios vacíos del cariño de la joven sevillana. Pero si me siento indignado cada vez que veo por la tele cómo los policías conducen a esos presuntos (así es, según la ley) asesinos al lugar del crimen, qué debe pensar esa familia.

Son ya muchos días los que llevan buscando el cuerpo. Y no aparece. El caso es cada vez más extraño a ojos de los profanos. Quizá los investigadores crean estar en la buena senda, pero desde fuera no es lo que parece. Y comienzan a surgir preguntas de difícil contestación ¿Tan listos son esos desalmados que pueden confundir a avezados especialistas en horrendos crímenes? ¿Acaso no hay recursos para sacarles la verdad? ¿De verdad nadie más ha intervenido en ese crimen? Nadie tiene aún respuestas.

El ministro del Interior aseguró hace ya tres semanas que el cuerpo iba a aparecer en cuanto excavaran en el lugar del vertedero donde se arrojó la basura de aquel fatídico día. Pasan los días y no hay rastro alguno de la joven, pese a los miles de metros cúbicos examinados. Mientras, su familia sólo desea que la localicen para enterrarla; para poner fin a la pesadilla. ¿Qué pasa con Marta? ¿Dónde esconden su cadáver? Realmente es lo único que importa, pero nadie parece tener la solución. Y algo comienza a oler mal.