El principio del fin se acerca a pasos agigantados. El cascarrabias no se ha puesto apocalíptico; no crean. Leyendo la prensa del día me he enterado de que el Parlamento europeo propone un rígido manual de estilo para acabar de una vez con el estilo sexista de la lengua. Eso sí, evitando las memeces que algunos, como Ibarretxe o la ministra Bibiana Aído, han tratado de implantar, como lo de vascos y vascas o miembros y miembras, sin ir más lejos.
De acuerdo al criterio del Grupo de Alto Nivel sobre Igualdad de Género y Diversidad de la Eurocámara se pretende acabar con usos, normas gramaticales y cortesías seculares e imponer la corrección política, caiga quien caiga. Interpretan los expertos de ese grupo, con criterio cuestionable, que el lenguaje sexista tiende a implicar que uno de los sexos es superior al otro. Y así recomienda, en sus orientaciones específicas para el español, que en vez de usarse la expresión “los andaluces”, que aparentemente excluye a “las andaluzas”, se emplee la más ecuménica de “el pueblo andaluz”. O en lugar de “los médicos”, las personas que ejerzan la medicina.
Circula por internet un aserto por el que se acusa al lenguaje español no ya de sexista, sino de machista. Se leen perlas como éstas u otras parecidas. “Una mujer zorra es una mujer puta; sin embargo, cuando la expresión ‘es un zorro’ se aplica a un hombre, lo que se quiere dar a entender es que es listo. Un hombre ligero es, según definición de la Academia, un hombre débil y o sencillo; mientras que si el adjetivo se aplica en su acepción femenina, nos lleva de nuevo a puta”. Ejemplos de este estilo hay a decenas, lo que para algunos es un claro síntoma de que tanto la lengua como la Academia responden a condicionantes machistas.
El cascarrabias tiene otra teoría. La lengua la hablan las personas (o los hombres y las mujeres como diría el lehendakari en funciones). Es decir, hablamos tan bien o tan mal según lo que hayamos aprendido en nuestro desarrollo como personas -aquí no cabe ni mucho menos el palabro personos- . No hay más que aplicar la lógica para evitar caer en sel lenguaje sexista; pero tampoco es necesario sacar las cosas de quicio y exigir que todos los términos tengan su acepción masculina y femenina. Sin ir más lejos, la ministra que defendió el término de ‘miembra’ en su página web se definía como miembro del partido socialista; hasta que decidió cambiarlo por la absurda @. Sin más.
De todas formas, para ser políticamente correctos y no ofender a nadie les recomiendo seguir estas sencillas reglas:
.-Optar por términos genéricos: Infancia, por niños y niñas. Alumnado, por alumnos y alumnas.
Elegir nombres abstractos: Alcaldía, por alcalde o alcaldesa. Presidencia, por presidente o presidenta.
.-Usar dobles formas. Cuando se trata de nombrar a un grupo mixto, que precise evidenciar el femenino: Premio a la mejor empresaria o empresario del año.
.-No utilizar el término “mujer” como sinónimo de esposa, como no lo es el de hombre a esposo. Eliminar el tratamiento de señorita, igual que está caduco el señorito.
.-No usar la @. No es un signo lingüístico. Si se quiere economizar espacio puede recurrirse a dobletes con barra (/).
.-Respetar la orden ministerial (22-05-95) por la que quedan regulados la denominación de títulos académicos: Diplomada, arquitecta, médica, enfermera, obrera, etc.
.-Flexibilizar el orden de las palabras, no hay razón para anteponer por sistema el término masculino al femenino: Madres y padres, trabajadoras y trabajadores.
.-Dotar al discurso de homogeneidad. Cuando adoptemos una solución no sexista, mantenerla a lo largo de todo el texto, porque si no lo hacemos favorecemos la ambigüedad.
Ahora bien, el ser humano tiene una cualidad de la que carecen otros animales menos inteligentes:la capacidad de comunicación. Sean, por favor, tolerantes.