“Misión imposible IV” “Nos han robado” “Para esto es mejor no venir” “El año que viene que le den la copa directamente”. Los discípulos han emulado al maestro y han salido en tromba dándole la razón en su discurso paranoico (la UEFA nos castiga), victimista (el árbitro nos perjudica) y fatalista (era imposible que el Madrid puediese pasar). Por no hablar, del gran capitán del equipo merengue que se pasó todo el partido golpeándose la cara con su manopla en una clara y manifiesta señal de sentirse estafado.
Y se olvidan de que quien perdió la eliminatoria fue su ‘hamletriano’ entrenador (¿por qué, por qué?) que se enfrentó en el Bernabeu a su bestia negra con una táctica cobarde y de equipo mediocre, sin tener en cuenta que tiene en su plantilla algunos de los mejores jugadores del planeta.
La coartada de Mourinho vale, además, para la prensa deportiva madrileña que también ve conspiraciones y maniobras orquestales de los nacionalistas periféricos para evitar que el Real Madrid siga siendo el líder indiscutible del fútbol mundial. Los errores arbitrales (que los hay, por qué negarlos) se utilizan como ariete para negar el magnífico juego de un grupo de jugadores pequeños, pero corajudos, que atesoran en sus botas un preciosismo solo alcanzable en las consolas televisivas. Todo vale con tal de negar la máxima que impera (normalmente) en el fútbol: el mejor equipo de la eliminatoria ha sido el Barça. Y punto.
En unos cuantos años, todo el mundo se habrá olvidado (es una exageración porque habrá irredentos que lo recuerden) de si hubo o no penalti, si el árbitro se equivocó, si la zancadilla o el golpe a la mandíbula fue teatro y quedará la estadística. Olvidando la ‘manita’ del Nou Camp en el primer partido de liga (el verdadero punto de inflexión para Mou), el balance es de una victoria para cada equipo y dos empates; cuatro goles a tres, a favor del Barça. Igualdad, pero menos.
La cuestión es que el Real Madrid había confiado en el resultadista de su técnico para acabar con la hegemonía y el ciclo del Barça. Tres años sin títulos eran demasiados para un equipo que aspiraba a todo. Y Florentino Pérez no podía seguir por más tiempo sin llevarse uno de los trofeos de la temporada. Jugadores y técnico, al servicio de la causa merengue, a costa de sacrificar el buen juego y la leyenda del señorío merengue. Pero todo se ha ido al traste, salvo que han conseguido uno de esos ansiados galardones, aunque sea la devaluada Copa del Rey. El resto, nada de nada. Salvo llorar, como críos engreídos.
Y como mal perdedores se dedican a despotricar contra sus otrora compañeros de selección, a los que acusan de teatreros (sin reconocer la ‘estopa’ que dan en cada partido), ladrones (porque el árbitro pita a su favor) y usurpadores (porque solo el Real Madrid está llamado al olimpo). Eso me recuerda a los partidos de chavales, cuando el dueño del balón decidía acabar por la tremenda el partido, llevándoselo a casa, porque no podía admitir que el equipo contrario le ganara. Y, además, se iba llorando.