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Ángel Lázaro

El cascarrabias

¿Se puede volar?

Toda Europa y medio mundo se hacen las mismas preguntas. ¿Volar es ahora tan inseguro como se asegura? ¿Es necesario mantener la mayor parte de los aviones en tierra? ¿Las autoridades han tomado una decisión acertada? ¿Se ha pecado de alarmismo?

Lo único que puedo aclararles (una nueva decepción) es que, hoy estaríamos criticando a todo el mundo, si la decisión hubiera sido la contraria y se habría permitido los vuelos en los cielos europeos. No digo ya, si uno de esos vuelos hubiera visto interrumpido su trayectoria, afectado por las cenizas del volcán de tal impronunciable nombre.

Cinco días con la aviación civil europea pendiente de los vientos y el anticiclón, que ha provocado la cancelación de 82.000 vuelos y que ha traído de cabeza (y lo sigue haciendo) a casi siete millones de pasajeros. Y las compañías aéreas, al borde de la desesperación, presionando para que se abran los pasillos de las autopistas que utilizan los aviones en sus rutas.

“Hemos ido suficientemente lejos en esta crisis como para expresar nuestro descontento por cómo la han conducido los gobiernos, sin una evaluación de riesgos, sin consultar ni coordinar y sin liderazgo”, ha indicado el director general de la IATA. Giovanni Bisignani cree que los gobiernos deben basar sus decisiones en hechos y no en teorías y que mantener la prohibición de volar en casi toda Europa no deja de ser una barbaridad.

Sin embargo, y pese al caos que la medida ha provocado, estamos ante una de las decisiones más acertadas que Europa en su conjunto ha llevado a cabo en los últimos decenios. Es verdad que las pérdidas son multimillonarias y que castigan duramente a las compañías aéreas. Pero no es menos cierto, que la seguridad de los ciudadanos es la esencia de cualquier medida que tomen a cabo nuestras autoridades. Y es evidente que nadie puede garantizar que no se caiga uno de esos aviones que transita por mitad de la nube afectada por partículas del volcán en erupción.

Estamos hartos de lamentarnos de decisiones erróneas que han acabado en tragedia y muerte. Los informes de la mayor parte de los accidentes ponen de manifiesto que se han vulnerado las normas de seguridad, lo que debería ser sagrado para estas compañías aéreas que no pueden garantizar que no vaya a producirse un accidente (tampoco nadie es capaz de asegurar que se va a caer un avión, pero como usuario de este tipo de transportes me quedo con la primera opción).

La explosión del volcán islandés de nombre impronunciable está teniendo consecuencias devastadoras. Pero basta recordar el último accidente aéreo, donde murió el presidente de Polonia y un centenar de cargos políticos, militares y administrativos de ese país, para hacer más evidente aún lo irremediable de una tragedia. Por mucho que nos disguste, por mucho que nos moleste y a pesar de todo lo que nos está costando (y nos va a costar), la suerte de los pasajeros debe ser garantizada por encima de cualquier cosa. Y sólo este factor debe pesar en la decisión que tomen ahora las autoridades.

Por Ángel Lázaro

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