Todos tenemos que pedir perdón. Todo bien nacido está obligado a hacerlo, porque ya lo habíamos condenado sin prueba alguna. Tan sólo con los primeros testimonios de un médico que, a buen seguro, erró en su diagnóstico y confundió a los demás. Pero uno a uno le condenamos antes de que pudiera defenderse y sin necesidad de juicio. Decidimos su culpabilidad a la vista de los hechos ¿Pero qué hechos?
La Constitución española garantiza la presunción de inocencia. Pero en esta país, esa garantía también nos la pasamos por el forro. Ningún medio de comunicación (supongo que habrá honrosas excepciones, pero me temo que pocas) utiliza la palabra presunto. Es añadir un detalle superfluo y ya se sabe que ahora los títulos informativos deben ser contundentes. Así que desterramos una garantía constitucional porque nos afea un titular. Siempre es mejor salir directamente y llamarle asesino. Todos somos culpables.
Diego Pastrana fue linchado nada más producirse el ingreso de la hija de su pareja en el hospital. Se llegó a hablar no solo de maltrato sino de desgarraos vaginales y otras fechorías. ¡Culpable y sin derecho a juicio! ¡Criminal! ¡Que lo ahorquen; que lo maten! Nuestros peores instintos salieron a flote. ¡Culpable!
Todos los medios de comunicación de este país sacaron a portada el caso y lo condenaron. No había necesidad de esperar al juicio ¿Para qué? Era un caso claro. El informe médico establecía claramente la muerte de la niña de tres años. Y su pareja, la madre de la criatura, era tan culpable como él, porque aseguraba que todo se debía a una caída del columpio. ¡Criminales!
Cuarenta y ocho horas después, Diego salía libre sin cargo alguno. La niña había muerto a consecuencia de las heridas producidas al golpearse la cabeza tras caer de un columpio. El informe forense descartaba los malos tratos y para nada hablaba de agresión sexual. Era inocente, aunque todos le habíamos ya juzgado y sentenciado.
No sé si ustedes han acudido alguna vez a un centro médico con alguno de sus hijos tras una caída con ciertas consecuencias. Las miradas te hacen sentirte culpable de algo que estás convencido de que no has hecho. Pero el juicio popular es así. Blanco y en botella. Una criatura en un centro hospitalario… malos tratos. Es cierto que existen casos y que se dan con más frecuencia de lo que parece. Pero una sociedad sana no debe extender la sospecha y además generalizarla.
Diego fue condenado y su caso expuesto a la luz pública sin pudor y sin reflexión. Y hoy todos debemos pedir perdón. Los medios que pasearon su figura y la estigmatizaron deberían volverla a sacar con un solo título: “perdónanos”. Pero es preferible culpar al mensajero. Ahora la culpa es del médico que hizo el informe preliminar. Seguimos sin pedir disculpas.
Y las excusas también deberían hacerse extensivas a los lectores. Es una grave acusación, se ha errado y la equivocación no puede quedar impune. Es necesario hacerse perdonar por el acusado (lo siento Diego) y con los lectores a los que hicimos cómplices de nuestro abuso: “Perdón porque les hicimos caer en el error. Nos hemos equivocado y este caso nos va a servir de lección para no volver a caer en este tremenda injusticia” ¿Ustedes lo creen?