Una sociedad demasiado permisiva. ¿Sin valores? Visto lo que se ve a través de la pequeña pantalla, donde personajes sin ningún tipo de formación y cultura exponen su vida, opinan del bien y del mal, y ocupan las franjas horarios del prime time (con éxito de audiencia) parece que tenemos unos espectadores poco exigentes. Los ‘tomates’, l’as norias’, las tertulias de marujeo (que las ven hasta jueces, periodistas y catedráticos) exhiben a ‘famosos’ que no se cortan ni un pelo y ponen a parir al más pintado. Y cómo eso vende, no importa que la verdulería y el mal gusto mantengan ocupados al país en debates sin fundamento y lleno de ordinarieces.
Pero ese es el gusto de la mayoría, así que todo el mudo sucumbe a esas exhibiciones con gente que se pega por mantenerse en una casa encerrada durante un mes (o más), que se va a una isla a pasar penurias de náufrago o que comparte sus vacaciones con una tribu amazónica para salir en la tele y vivir de las tertulias durante una buena temporada.
Nuestros abuelos decían aquello de “que hoy en día no se respeta nada”, cuado observaban meditabundos la libertad y desinhibición con la que se comportaban los más jóvenes y que para ellos suponía socavar los cimientos del orden social que habían ayudado a mantener. Pero lo que sucede hoy, no tiene calificativo. O no nos importa o nos da lo mismo. Y no sé qué es peor
El otro día, ese personaje televisivo que vive desde hace años de su separación sentimental (y legal) de un torero, ordinario, burdo, sin más mérito que el de su descarada presencia en los platós y que se atreve a cantarle las cuarenta a quien se le ponga por delante, arremetía contra el Defensor del Menor porque le había reprochado la exhibición que hace de su hija. “Más valdría que se preocupara de los padres que no hacen caso a sus hijos», le soltó Belén Esteban delante de las cámaras.
Eso es lo que hay. Pero no se vayan a creer que las tertulias donde hay periodistas las cosas discurren por otros derrotaros. El periodismo de trinchera y el contagio de las formas que se emplean en los mismos platós televisivos han hecho que se haga imposible seguir un debate sosegado, argumentado, sereno y formativo. La descalificación del contrario, el insulto, la afirmación gratuita y la burla son también aquí armas para mantener y subir la audiencia. El ‘todovale’ se ha instalado como única forma para sobrevivir y mantener el programa con cuotas de share que avalen mantenerse en la parrilla de programación.
Leyendo hoy el periódico he encontrado una frase que sirve de colofón ideal de este post y que resumen magníficamente lo que trato de decir. «Es que cada uno pone sus límites. Sólo se respeta la intimidad de los que no la venden. Así de simple», deja claro María Patiño, el azote de las tertulias del ‘corazón’. Ella conoce muy bien el paño; lleva 15 años metida de lleno en la pomada y ha vivido el vértigo de los últimos tiempos. «Mira, todo va de mal en peor. Nosotros no somos más que un reflejo de esta sociedad. ¡Ya no hay valores ni nada! Lo mismo se vende una exclusiva de malos tratos que la vida privada de tu hija… A todo se pone un precio. Vivimos en un mundo de mierda, totalmente mercantilizado, y eso tiene eco en la televisión». ¿O no?