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Ángel Lázaro

El cascarrabias

Violencia juvenil

La muerte de Cristina Martín supuestamente a manos de otra joven menor de edad vuelve a desatar las pasiones más encendidas y sacar a la calle nuevas peticiones sobre el cambio de la ley y el endurecimiento de las penas. Son más sensibles en este caso aquellas personas que se han visto envueltas en sucesos similares y que, desde el dolor, reclaman al Gobierno una Justicia más acorde con la pérdida sufrida. Y puestos en su lugar (lo que es difícil porque ese dolor hay que sentirlo), pueden comprender las quejas.

Resultan menos explicables, sin embargo, los quejidos de los políticos de la derecha que no hace mucho estaban en el poder y que ni tan siquiera llegaron a tomar en consideración endurecer el Código Penal. Y ahora lo piden a gritos. El PP ha avanzado hoy que prepara una proposición de ley para reformar la Ley del Menor en la que sugiere que los menores delincuentes puedan recibir “ciertos tratamientos psiquiátricos”, incluso en contra de su voluntad o la de sus padres, si son imprescindibles para rehabilitarlos.

El ministro de Justicia no parece estar por la labor. Francisco Camaño ha replicado que las leyes no se pueden cambiar “al calor de los acontecimientos más inmediatos”, y ha expresado su deseo de que el caso de la niña de Seseña se juzgue lo antes posible. “Antes de tocar una ley debe de pensarse si es necesario o no, y tomar cierta distancia”, ha opinado el ministro.

Y aunque parezca cruel, lo peor que puede hacerse es reaccionar en caliente ante un hecho tan condenable como el ocurrido en el localidad toledana. Pero el dilema es complejo. Porque puestos a rebajar la edad penal ¿dónde se pone el límite? ¿Recuerdan ustedes el caso de los dos chicos ingleses de 9 y 10 años que secuestraron y mataron a otro de tres? El legislador no lo tiene nada fácil, la verdad.

El cascarrabias se siente muys preocupado por el fenómeno en sí de la violencia juvenil. ¿Qué lleva a una joven de 14 años matar a otra de su misma edad? ¿Qué pasa por la cabeza de esta chica para golpear brutalmente a la otra, cortarle las muñecas y tirarla a un pozo? ¿Qué agresividad guarda en sus entrañas para lanzar sobre su víctima yaciente un montón de piedras? ¿Cómo puede aguantar impávida la presencia de la Policía y contestar a sus preguntas?

Es verdad que este tipo de sucesos no son demasiado habituales en nuestra sociedad, pero comienzan a darse con cierta frecuencia hechos similares. Al parecer, un 8% de los delitos que se producen en España tienen a menores como autores de los mismos. Un porcentaje bajo, pero que va subiendo con los años. Y las alarmas han saltado.

¿Tenemos una juventud violenta? Comparada con la generación anterior, es probable que la pregunta solo pueda contestarse con la constatación del fenómeno. Violencia en las calles, en las aulas y hasta en los hogares de esos mismos menores. Jóvenes que pasan demasiadas horas sin el control de los padres, ocupados en sus quehaceres laborales y sin posibilidad de dedicar más tiempo a la educación de sus hijos. Progenitores que dejan la responsabilidad en manos de terceros y en los centros escolares.

No es casual que sean, en su mayor parte, hijos del desarraigo quienes protagonizan este tipo de conductas. Y que, como siempre, no es cuestión de leyes, sino de educación, cariño y disciplina en sus domicilios; y todo el combinado en sus dosis justas.

Por Ángel Lázaro

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