No es una cruzada contra los fumadores, aunque lo pueda parecer. Simplemente se trata de constatar lo que se sabe desde hace mucho tiempo: que el tabaco no es bueno y que provoca la muerte de muchas personas. Y no todas son fumadoras. Todos tenemos en la familia algún pariente que ha fallecido de cáncer de pulmón y, sin embargo, jamás se había llevado un pitillo a la boca.
El tabaco mata. Esa es la conclusión del portavoz del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNTP), Rodrigo Córdoba, autor, junto a las profesoras de la Universidad de Zaragoza Carmen Alayeto e Isabel Nerín, del estudio más importante realizado en España de medición de partículas finas respirables procedentes del humo del tabaco en hostelería, presentado hoy en la capital aragonesa.
En el citado estudio se asegura que el tabaco es responsable de la muerte de 1.000 trabajadores de hostelería cada año, por enfermedades relacionadas con la exposición a las partículas en suspensión en los locales donde se fuma. En estos lugares, la contaminación ambiental es diez veces más alta que en la calle y excede entre cuatro y ocho veces la recomendada por las autoridades sanitarias.
No creo que nadie se sorprenda de esta conclusión, porque todos somos conscientes del ambiente que se respira en los locales de hostelería de cualquier ciudad española y, sin embargo, aún se permite fumar en esos lugares. Incluso hay quien se rebela contra los intentos de prohibir terminantemente el uso del tabaco en esos locales porque es letal para la salud de quienes consumen en ellos y, mucho más por lo que se ha visto, de quienes lo tienen que sufrir porque trabajan en ese ambiente nocivo. Vamos que ni el carburo en las mimas de carbón producía tanto daño en los pulmones de quienes allí debían ganarse el jornal (antes de qwue alguien me lo haga notar: sí he exagerado, pero era necesario un paralelismo de este tipo).
Conozco a varios propietarios de cafeterías que están convencidos de que ellos son los verdaderos paganos del consumo de tabaco en sus locales. Sin embargo, no se atreven a prohibir los humos porque los clientes se irán al bar de al lado. Pero quién no ha vivido la escena en uno de estos bares donde el humo invade no solo el aire que respiramos sino que envuelve los pinchos que se hallan en la barra. La verdad es que es algo desagradable.
No sé por qué no se reconoce de una vez el derecho de los fumadores a acabar con su vida como quieran y se les permita explayarse en la calle, pero en ningún local. Basta ya de permisividad. Aún sé de la existencia de establecimientos sanitarios donde los trabajadores se permiten el lujo de fumar en el interior. Y se molestan con la mirada de reproche que se les echa como testigo de sus actos. No les duele su delito, sino que alguien lo haya podido ver. Y aún hay médicos que en sus consultas privadas encienden tan tranquilos el consabido pitillo, sin preocuparse por el efecto que va a producir en sus pacientes (que conste que lo he vivido en mis propias carnes). Y cuando tímidamente le he recordado al galeno que debe dar ejemplo, su contestación me ha dejado estupefacto: no venga a la consulta si no quiere verme fumar.
El tabaco mata; es nocivo y peligroso. Nunca he protestado cuando el humo de un cigarro invadía mi espacio vital, pero sí he mostrado mi desagrado con algún gesto. Y ese gesto casi siempre ha sido interpretado como una agresión por quien realmente es el verdadero agresor. Para evitar el enfrentamiento, es mejor que las autoridades adopten las medidas oportunas y prohíban taxativamente (perdón por la redundancia) fumar en espacios cerrados. Nuestra salud (y la de los hosteleros) se lo agradecerán.