Tiene un no sé que de mal gusto esto de las votaciones olímpicas. Porque puestos a llevarse el disgusto padre, parece que es mejor llevárselo en la primera ronda que no esperar al final, cuando sólo quedan dos candidatos. La sensación que tuvieron a media tarde de ayer miles de personas, en especial en Madrid, fue un palo tremendo. Dos explosiones de júbilo previas, la de la expulsión de Chicago (ni con Obama) y la de Tokio, provocaron el éxtasis en la capital de España y en muchos otros sitios del país. Engordar para morir.
Y fíjense que la corazonada de los menos apasionados era que Río se lo iba a llevar de calle, en caso de alcanzar la última votación, como así ha sido. Porque elegir Madrid hubiera sido repetir Europa (ya saben que el COI no suele votar a candidatos del mismo continente), evitar que las olimpiadas de 2020 (a las que piensan concurrir París y Roma) tuvieran lugar en nuestra zona, agraviar a Sudamérica, que nunca ha organizado una cita olímpica y romper con un montón de compromisos con Lula y el mundo emergente.
Una vez que Chicago quedó fuera de la primera votación (creo que fue aquello de eliminar al mayor enemigo de los amigos, puesto que ninguno de los países implicados puede ejercer sus voto), el resultado de la votación estaba cantado. Y no me digan que ahora me apunto al carro del ganador, porque mi compañero de Divergencias César Coca es testigo de lo que cuento (¡A Coca pongo por testigo!). No me digan que no disfrutaron un poco viendo que el poderoso Obama no había consguido su objetivo (en caso contrario todo el mundo hubiera coincidido en afirmar que el presidente de Estados Unidos es muy poderoso y que todo el mundo se rindió a su poderío).
Pero qué quieren que les diga. Hay cierta justicia (poética) en el hecho de que sea Río quien organice los juegos después de Londres y la ley (no escrita) del COI se mantiene intacta, por lo queMadrid podrá volver a concurrir en una tercera ocasión (si no contamos la del sesenta y pico). ¡Otra vez será! Viva Río.