Se cumplen 26 años de las inundaciones que afectaron a Bilbao y otros municipios no solo del área del Nervión, sino de localidades costeras como Lekeitio o Bermeo que sufrieron los estragos del temporal aquel aciago 26 de agosto. El recuerdo de aquella fecha ha pasado prácticamente desapercibido, cuando el año pasado todos los medios vascos llenaron sus espacios de imágenes y de palabras sobre aquellos desagradables sucesos. S´lo han pasado 365 días más. Un dato para el recuerdo: las inundaciones del 26 de agosto de 1983 acabaron con la vida de más de 30 personas y causaron graves daños en 101 municipios de Euskadi.
La cuestión es que no tengo ninguna confianza en que no vuelva a repetirse una situación similar. Y como yo, miles de personas que, cada vez que contemplan una crecida del río que pasa por su pueblo, su memoria se llena de aquellas tremendas imágenes que se vivieron aquel aciago día. Sólo basta recordar que en enero de este año, Bilbao vivió bajo la psicosis de las inundaciones y que Getxo y otros municipios cercanos se volvieron a anegar en septiembre pasado, si no me falla la memoria.
Me temo que no hemos aprendido la lección. Y que aún debemos pasar asignaturas del primer ciclo. Los cauces de los ríos están sucios o no se limpian con la frecuencia que se hace necesaria. Y el peligro, por tanto, sigue latente. A nada que se avenga una crecida, las ramas, maleza y demás materiales que se hallan en el cauce, pueden taponar los puentes, hacer de presa y reventar ante la mirada impasible de los ciudadanos. Y luego, sufrir las consecuencias.
Ahora que se acerca el otoño (cuando se supone que aumenta la pluviosidad), el temor a las crecidas se hace más presente. Pero parece que los oídos de nuestras autoridades responsables permanecen sordos ante las quejas de los ciudadanos. Y no sólo se alza la voz cuando llueve. Sin ir más lejos, el Gobela sigue igual que siempre. Con sus cauces taponados por la maleza y la basura que se va a cumulando entre el material que lleva el río y lo que tiramos a su interior.
Pero también tenemos cierta responsabilidad quienes vivimos a espaldas de nuestros ríos. Aún hay mucha gente, por ejemplo, que elimina por los desagües el aceite que ha utilizado en la cocina. Y seguimos sin preocuparnos de evitar el uso de bolsas de plástico que, irremediablemente, van a parar a los ríos y después al mar. Y luego nos quejamos de la falta de limpieza.
El agua comienza a ser un bien escaso y la poca que tenemos la seguimos desperdiciando, pensando que nos va a durar eternamente. Pensemos en el futuro, en las nuevas generaciones y en el mundo que les vamos a legar. Todos tenemos que poner nuestro granito de arena y contribuir a hacer más sostenible nuestro medio ambiente. Por pura responsabilidad.